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12 de febrero de 2009

Nosotros

“No se preocupe, nosotros nos encargamos de todo”. ¿Nosotros? Solo conozco a este tipo ¿Quiénes son “nosotros”?
Se me hace difícil aceptar que alguien se gane el pan traficando con la vida de personas inocentes. Es duro comprobar que el ser humano es tan perverso como para enriquecerse contrabandeando con la muerte, pero, aquí estoy yo, aceptando su juego, pagando por los servicios de unos “nosotros” que satisfacen los caprichos de unos desalmados, como yo, cansados de todo, buscando algo más. “La guerra es mala para las personas...pero buena para el negocio”. Me aterra esa sonrisa socarrona.
No creo que sea “malo” por desear hacerlo todo en corta e ingrata existencia. No quiero marcharme con la sensación de no haber vivido, probarlo todo al menos una vez. No quiero morir con la incertidumbre de saber que no hice algo que quizás me gustase. Satisfacer fantasías sexuales, drogas, experiencias vitales…matar a un ser humano…ya no tengo tan claro que esto sea una buena idea.
“…buena para el negocio”. Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez. El hombre siempre ha vivido en guerra y siempre hubo alguien que se beneficiase de ella. No ha habido ningún momento en la historia de la humanidad en la que no hubiese un conflicto armado en algún rincón de este planeta. Somos un animal triste y ciego que no aprende de sus errores, tan irracional.
“No se tendrá que preocupar por nada. Nos ocuparemos de la entrada, le proporcionaremos un arma “limpia” y le sacaremos de allí. Sin repercusiones, sin remordimientos. Las víctimas de la guerra no son asesinadas, solo son…daños colaterales”.
Espero a mi presa en el puesto de tirador. El padre de alguien, el hijo de alguien, el marido de alguien. Incluso en este sórdido safari hay reglas, ni mujeres ni niños. Una forma extraña de no sentirse tan malvado, una cuestión de honor…extraño honor. Escudriño el territorio en busca de una buena “pieza”, es temprano aún y paso el tiempo divagando. Por alguna razón imagino a este tipo ofreciéndome por un insignificante plus la cabeza disecada de la victima como trofeo. Una idea tan descabellada que dadas las circunstancias no me extrañaría en absoluto. Ya no me apetece esto, no quiero hacerlo; acabo de descubrir que al fin y al cabo lo que estoy sintiendo puede ser eso que algunos llaman conciencia. No me gusta, no la quiero…no puedo evitarla.
A través de la mira telescópica veo a un hombre de unos treinta años aparecer al final de la calle. La “caza” empieza a asomar tras las esquinas. Recorre la calle, nervioso, apresurado. Lleva entre sus brazos una bolsa de papel por la que parece asomar una hogaza de pan y quizás un paquete de harina. Seguro que vuelve a casa tras conseguir algo de comer para los suyos.
“Ahí lo tiene amigo, es todo suyo…”. Tengo la vida de ese hombre en mis manos, en el gatillo de un rifle prestado. “No se me amaricone ahora, hágalo, no tenemos todo el día”. Estoy apuntado a su corazón, con un simple movimiento de mi dedo índice todo habrá acabado…Lo siento amigo. Quédese el dinero.
Nos marchamos de allí. El tipo no parece enfadado, cobrará de todos modos. Casi parece alegrarse, ¿un atisbo de humanidad? Quizás he superado la prueba que determina si mi lugar está en cielo o en el infierno. Me siento aliviado.
El hombre se aleja y entra en un portal. No se derramará sangre, al menos por mi parte. Puede que mañana no tenga tanta suerte. Puede que mañana otro “cliente” no tenga tantos reparos. Creo que he hecho lo correcto, me siento bien. Estoy contento por haber jugado a ser Dios y haber decido que ese hombre al menos hoy…vivirá.


12 de enero de 2009

Qué hacer

Ahora estaba vacía. Sentía que aire de aquella casa era tan denso que casi no se podía respirar. Era el aire de la angustia y la ansiedad que lo iba consumiendo poco a poco como una barra de incienso sin poder evitar sentir que algún día terminaría por apagarse. Él no había elegido seguir viviendo con su madre con casi cincuenta años. El destino había sido caprichoso y desde que tenía uso de razón nunca vivió para forjarse el suyo propio; siempre tuvo la responsabilidad que cuidar a alguien, esa responsabilidad que impide a un buen hijo abandonar a una madre enferma, la que le dio la vida, la que se la había robado desde siempre.

Ahora la penumbra inunda la habitación. Sentado en la cama observa el polvo a través de los rayos de sol que entran por las rendijas de la ventana, recordando, intentando flotar como él, pero ya no puede. Sus recuerdos nunca van más allá de la casa. No fue culpa suya que su padre se marchara. Se hizo mayor de repente cuando mamá decidió no salir de la cama para cuidar a los suyos. Se convirtió en hermano mayor, en padre, en madre. Considero a sus hermanos unos egoístas cuando con el tiempo se fueron marchando en busca de esa vida que a él siempre se le había negado. Con la mente en el infinito imagina como podía haber sido esa otra vida, la suya, la auténtica, amando a otra mujer, a sus propios hijos. Esos niños tienen las caras de sus hermanos cuando era pequeños, como cuando papá se fue. Hijos prestados de una existencia ajena.

Ahora el olor añejo es tan viscoso que es imposible desprenderse de el. Tumbado en el viejo sofá cambia los canales del televisor intentando escapar de los programas que le gustaban a mamá, pero no puede. Siente que ha perdido la razón cuando habla con ella, pero ahora mamá ya no está. Frente al televisor con la mirada perdida, inerte, aquel nuevo estado de soledad era mera apariencia, hacía años que estaba solo, mamá lo había abandonado hace ya mucho tiempo, el mismo que llevaba obteniendo el silencio como respuesta. Es un perro lazarillo que no tiene un amo al que cuidar, alguien por el que dejarse atropellar si fuese preciso, alguien que le brindara la oportunidad de hacer el único trabajo que siempre ha desempeñado, cuidar a los demás dejando de lado su propia vida.

Ahora no se percata de aquel señor calvo y desaliñado que ve cuando se mira en el gastado espejo del baño. Entre manchas de humedad y azulejos desprendidos no advierte que ahora todo tiene sentido, que ese hombre de yérsey rojo y camisa de cuadros que vive en aquella casa necesita ser cuidado y querido. Ese señor de casi cincuenta años implora su ayuda. No se da cuenta de que ha llegado el momento de cuidarse a si mismo. Yo no elegí ser como soy.

Qué hacer, qué hacer…

23 de diciembre de 2008

Cuéntame un cuento

- ¿Me cuentas un cuento cuatropelos?

- La gente se casa porque encuentran su amor verdadero, la Navidad es una fiesta religiosa y los políticos son honrados. ¿Quieres más cuentos?

- No de ese tipo de cuentos, de los otros, de los que tú cuentas a veces. Me apetece. Pero cuéntame un cuento real, algo que haya pasado de verdad.

- Bueno, déjame que piense… porque cuento y real suelen ser conceptos incompatibles. A ver si este te vale:


Érase una vez un reino muy muy lejano llamado Borondongón. En él vivía el Rey Barbatán que…

- ¡Eh!¡Este cuento no es real y no ha pasado de verdad!

- Que si hombre, es “real” porque el protagonista es un Rey y además ha pasado de verdad. Te lo aseguro. ¿Puedo continuar?...

Barbatán era nombrado como Barbatán III “El Muy Ecuánime” porque al contrario que otros Monarcas déspotas y caprichosos, que no son más que Príncipes déspotas y caprichosos bendecidos con la gracia de ser coronados Reyes en virtud una la sagrada herencia ancestral, Barbatán había asumido desde pequeño la importancia de su cargo y no se lo tomaba con frivolidad. Había sido otorgado con la responsabilidad de gobernar a su pueblo y para él era algo que había que tomarse muy serio. Sus súbditos eran muy felices en este reino y con este Rey. Un Rey que gobernaba con autoridad pero con justicia y que era muy respetado. Él a su vez los respetaba del mismo modo así fueran el general de sus ejércitos o el más pobre de los campesinos. Pero no todos compartían esta alegría, Petronia, la reina, se sentía abandonada por Barbatán. Su exceso de celo para con su reino había propiciado que Petronia y su pequeña hija pasaran la mayor parte del tiempo vagando si rumbo por el castillo. Barbatán dedicaba tanto tiempo a su trabajo que a Petronia ya no le importaba vivir rodeada de lujos y riquezas, solo quería disfrutar de un marido al que amaba tanto que hasta le dolía. La eterna condena de no poder abrazarlo y quererlo por culpa de sus responsabilidades hacía que Petronia fuera sumamente desgraciada.

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La bella Petronia se fugó con un capitán de caballería justo el mismo día que Barbatán olvidó el cumpleaños de su hijita por culpa de un asunto oficial. Lo único que había hecho este apuesto joven que cautivó a la reina fue estar con ella y darle un poco de cariño. Ella solo necesitaba a su príncipe azul a su lado, y éste nunca lo estuvo.

- ¡Que mala es Petronia!. Barbatán es bueno y solo se preocupa por su reino. No lo debería haber abandonado, al contrario, quererlo y admirarlo por lo justo que es. ¿O no Cuatropelos?

- Mala, mala, hombre, según se mire. Ella lo quería y lo admiraba pero se sentía muy sola. El trabajo no es lo más importarte si se tiene una familia por muy importante que éste sea. Hay cosas que están por encima ¿no crees?

- No se, no se…pero…el pobre Barbatán tampoco se merecía eso.


Si bien este hecho debería haber apenado a Barbatán, no solo no lo hizo sino que en realidad se sentía muy decepcionado y enfadado por la ingratitud que había mostrado Petronia por no haber sabido apreciar la importancia de su labor con el reino. La odiaba con toda su alma y se alegro de que lo hubiese abandonado porque esta huida le demostraba que ella era malvada, más si cabe teniendo en cuenta que una madre jamás abandona a su hija, ni tan siquiera velando por la seguridad que otorga ser la princesita del reino. La presencia constante de la pequeña conseguía que el rencor triunfara en la batalla, que como un veneno, se apoderaba cada vez más del corazón de Barbatán; su princesa se parecía tanto tanto a su madre.

Con el paso del tiempo su dedicación al reino fue aumentado progresivamente. La ausencia de una motivación por la que descansar, unido al nulo interés por compartir un poco de su espacio con su hija, lo transformó en Barbatán III “El Infatigable”. Se adentró en una dinámica de vida autodestructiva y trabajaba día y noche obligando a todos sus súbditos a hacerlo también. Exigía dedicación absoluta al trabajo, el reino era lo más importante. Una de las tareas en las que ponía más empeño era en la busca y captura de Petronia y su amante para condenarlos por alta traición. Su sed de venganza le obligaba a imaginarse constantemente como los atrapaban y el capitán era ejecutado frente a Petronia. El odio que sentía para con Petronia era trasladado al resto de sus súbditos y el sufrimiento que posteriori ella padecería, si la atrapaban, lo soportaban los que rodeaban a Barbatán en carne propia. Barbatán se había convertido en el Rey déspota y caprichoso que jamás había querido ser.

- Ya le vale a Barbatán. Qué culpa tendrán los súbditos de sus problemas. Es un impresentable, no me gusta nada la gente que paga con los demás sus problemas personales…

- Pues eso le pasa a más gente de la que te crees. Cuando caemos no solemos hacerlo solos, sin querer arrastramos con nosotros a un pozo aquellos que nos rodean y nos quieren sin importarnos su sufrimiento. Es…como el drogadicto, que piensa que solo se hace daño a si mismo sin pensar en el padecimiento de sus padres y hermanos.

- Pues si es verdad que pasa. Bueno…¿Qué paso con Barbatán?

Pues ya se había convertido en Barbatán III “El Implacable”. Era un Rey temido y no solo por sus súbditos, sus vecinos que estaban acostumbrados a un monarca dialogante ahora veían en Barbatán a un rey que cada vez que surgía algún conflicto los solucionaba de un modo belicoso y guerrero sin importarle los daños colaterales.

Un día sucedió un hecho inesperado. Un reo que aguardaba su ajusticiamiento por robar una hogaza de pan escapó de su celda. La mala fortuna le obligo a que en su intento de huida se cruzase con la princesa, e hija de Barbatán, que daba un paseo por el castillo. La retuvo como rehén amenazándola a punta de cuchillo. Algo removió las entrañas de Barbatán. El miedo a perder a su hija lo invadió de un modo que le sorprendió incluso a él. Aquella niña, ya una adolescente, a la que había rechazado e ignorado tantos años estaba en peligro y por nada del mundo quería perderla, y, aunque era magno y arraigado su empeño en odiarla, no podía evitar quererla más que nada en el mundo.

- Ahora es cuando Barbatán se vuelve bueno otra vez ¿Verdad?...yo sabía que se volvía bueno de nuevo.

- A lo mejor se vuelve aún más malo. Todavía no sabemos que le va a pasar a la princesa.

- Por cierto. ¿cómo se llama la princesa?

- Cállate, ahora te lo digo…

La princesa Celina estaba en un aprieto y el Rey Barbatán lejos de negociar con el secuestrador le instaba a asesinar a la chica si así lo veía conveniente. Le aseguró que su muerte era segura independientemente de lo que hiciera y solo cambiaría en lo piadosos de los métodos. El reo se rindió y soltó a la princesa, no era un asesino, solo un hombre asustado. Barbatán lo atravesó con su espada sin piedad.

- Un poco hijo de p… ese Barbatán. Yo creyendo que se iba a volver bueno…perdona…

Aunque el incidente con la princesa había acentuado su inflexibilidad, algo había cambiado. Le inundó un sentimiento que no era percibido por los demás pero que a Barbatán le inquietaba profundamente. El pánico que había sentido por el temor a perder a su pequeña princesa le demostró que aún conservaba un pequeño reducto de aquello que antes consideraba corazón.
Inconscientemente empezó a interesarse por Celina, y, aunque la trataba con mayor brusquedad que nadie, aquello era un rasgo inequívoco de su preocupación y amor por ella. Celina, que era una chica lista, se había percatado de esta circunstancia y aunque no se lo manifestara a su padre prefería que le tratara mal, signo de que aún la quería y se preocupaba por ella, a que la ignorara totalmente, tal y como había hecho todos estos años atrás.

Algunos creen que fue su acercamiento a la princesa, otros que simplemente quería asegurar egoístamente la sucesión al trono; lo que si es cierto es que poco a poco empezó a abrirse un poco a los demás. Casi sin darse cuenta y gracias a las visitas que hacía diariamente a la princesa empezó a sentirse atraído por la asistenta personal de Celina, amiga personal de Petronia a la que le había encargado el cuidado de la niña tras su marcha. En aquel momento, y quizás por comodidad, Barbatán se había mostrado indulgente con ella y permitió que permaneciera al cuidado de la niña. Ahora se alegraba de no haberla ejecutado, pensaba que se había vuelto un “blando” porque Ofelia, que era como se llamaba la mujer, le gustaba más de lo que él quisiera reconocer. La dificultad añadida era que aunque Ofelia no se lo había declarado directamente, su comportamiento indicaba que si Barbatán no se mostraba más cariñoso y bondadoso no tendría nada que hacer con ella. Barbatán se sentía azorado y aunque no fuese hombre dispuesto a negociar con nadie, empezó a planteárselo seriamente. Demasiado tiempo solo.

Este incipiente amor propició un ablandamiento en el carácter de Barbatán que hacia recordar levemente a aquel al que llamaban “El Muy Ecuánime”, pero un mal día Barbatán cayo gravemente enfermo.

- Y murió ¿verdad cuatropelos?

- ¿Y por qué iba a morir?

- No se. En algunas de tus historias la gente encuentra la redención justo antes de morir.

- Depende, hay gente a la que no le sienta muy bien morirse. Se vuelven egoístas y mezquinos sin importarle los demás. A veces ese rollo de aprovechar a tope lo que queda de vida también “mata” un poco a los que lo sufren, que además suelen ser los que más nos quieren ¿verdad?. Déjame que termine y veremos si se muere o no. ¿Vale?

Al caer enfermo, y lejos de encontrar la redención, se sintió fuertemente decepcionado. Creyó que aquella enfermedad era una maldición por haberse planteado cambiar. El mismo veneno que lo convirtió en “El Implacable” lo transformo en Barbatán III “El Aterrador”. Ordenó a sus oficiales recluir a Celina y a Ofelia en la torre más alta del Castillo y mandó cortar la lengua a todos aquellos que supieran el paradero de las dos mujeres. Pensó que si iba a morir su reino también lo haría con él declarando la guerra a todos los reinos adyacentes en una serie de acontecimientos que sumieron aquellos tiempos en los más oscuros y sangrientos que se habían conocido jamás. Hasta su muerte aquel fue un reinado de muerte y destrucción que concluyo con la desaparición de todo lo construido durante siglos. Un lugar que conoció una vez tiempos felices en manos de Barbatán y que él mismo destruyó.
FIN.

- ¿Ya está?. Pues vaya mierda. Yo creía que al final Barbatán se casaba con Ofelia y todos eran felices y comían perdices.

- Las historias no siempre acaban bien. A lo mejor esta es una de esas… Bueno. Vale. A ver si así te gusta más.

Al caer enfermo sintió miedo. Creyó que si moría solamente quedaría en el recuerdo aquel Barbatán “El Implacable” movido por la venganza y el odio. Nadie recordaría aquel Rey que jugaba con los niños del castillo, amigo de su séquito y de sus súbditos, que regalaba pan y no ejecutaba a los que lo robaban por necesidad. Solo recordarían a aquel soberano ejecutor y exigente al que nadie recordaría ni llevaría flores a su tumba. Este sentimiento se veía acentuado al ver a una hija a la que repudió una vez a los pies de su cama sin abandonarlo ni un momento, sin importarle que aquella enfermedad fuera producto de su propia autodestrucción y el afán de atormentar a los demás, sin importarle todo lo malo que él había hecho. Concluyó darse una segunda oportunidad y una vez recuperado se tomó la responsabilidad de gobernar de un modo más relajado. Decidió intentar recuperar el tiempo perdido junto a Ofelia al lado de su hija Celina que un día llegó a ser Reina.

Si recorremos las ruinas de aquel viejo castillo aún se pueden encontrar los restos deteriorados del sufrimiento causado por un Rey malvado que en realidad era un hombre triste. Pero también quedan los reductos de la grandeza del reino construido por Barbatán en los tiempos de Ofelia y Celina. Si caminamos por un sendero que se adentra en el bosque nos llevara a un lugar ajado por el tiempo en el que se haya un mausoleo con una gran piedra de mármol en la que aún se puede leer: Aquí yace Barbatán III “El Misericordioso”.
FIN –OTRA VEZ-

- Me gusta más así cuatropelos. Donde va parar. Un cuento no puede acabar tan mal como en la primera versión. Por cierto ¿qué paso con Petronia?

- Pues Petronia cansada de pasar penurias y calamidades junto a aquel capitán también lo abandonó y acabó casándose con un príncipe oriental. Vivió feliz rodeada de lujos y riquezas en un harén junto a las diecisiete mujeres del príncipe. No tuvo hijos y ésta vez le dio igual si su príncipe azul estaba a su lado.

- ¿Ves como son mejores los finales felices?...¿seguro que este cuento ha pasado de verdad?

- Palabrita de cuatropelos.

- Si tu lo dices…

10 de diciembre de 2008

La virtud y el defecto

Érase un individuo que pensaba que la posesión de uno de los mayores defectos de los muchos que posee el ser humano era su principal virtud. Creía que albergar en su corazón el mayor egoísmo avaricioso y la más grande ambición que ha conocido ser humano en este planeta le hacía fuerte. Su egoísmo era comparable al de un niño malcriado que no ceja en su empeño de conseguir aquello de lo que se encapricha con la salvedad de que su comportamiento llevaba implícita la maldad que encubre un pensamiento adulto. En cuanto a su ambición no dudaba en pisotear a quien fuera necesario a fin de conseguir todo aquello que ansiara. Se sentía bien, se sentía omnipotente, porque para bien suyo, y mal del resto, solía conseguir lo que quería.

Un día caminaba por la calle buscando cambio para la máquina de parking cuando observó que había un ciego pidiendo limosna en una esquina. Simulando ser buen samaritano se agachó para echarle una moneda, pero mientras con una mano dejaba una triste moneda de un modo notoriamente sonoro, con la otra cogía el resto del dinero que había en el sombrero. Su padre siempre le decía: - Hijo, no esta bien robar pero has de coger lo que sea necesario para sobrevivir; como buen vástago siempre le hizo caso a su progenitor porque si en realidad somos astillas, éste lo era de tal palo, y ambos, los reyes de la jungla. Sin ningún remordimiento pagó el parking, hizo la gestión pertinente y se fue tranquilamente.

Nunca antes había pasado tanto miedo como cuando vio al ciego al que le había robado el dinero esperando en su sillón favorito a que llegara a casa. Antes de que el hombre egoísta y ambicioso pudiera pronunciar palabra le dijo el indigente:

- No te asustes, no voy a hacerte daño. Solo quería advertirte que lo que has hecho no es correcto. Ya se, ya se, no digas nada. Se que necesitabas el dinero para el aparcamiento. El dinero no es lo importante, lo importante es que lo cogiste sin permiso; si me lo hubieses pedido te lo habría dado. ¿Cómo lo sé? ¿Cómo he llegado hasta tu casa? Quizás fui recompensado con otro don al serme arrebatada la gracia de poder ver. Quizás sea que pude leer en tu corazón viendo sin ver. Quién sabe…

- Pero…-susurró el hombre sin entender nada-

- Te voy a hacer un favor –interrumpió el ciego-. Te voy a conceder la facultad de saciar tu avaricia con la capacidad de poseer lo que nadie ha podido robar jamás, el sentimiento humano…



Despertó exaltado, solo había sido un sueño, un mal sueño. Miró el despertador y se dio cuenta de que se le habían pegado las sábanas. Llegaba tarde a una reunión importante, era extraño, jamás se había quedado dormido y menos si había dinero de por medio. Aún así no llegó demasiado tarde a la reunión con el cliente, éste acababa de llegar y casi se cruzan en la puerta. Aquello le confirmó que más hace el que quiere que el que puede y sus ansias de poder y riqueza lo hacían “querer” demasiado.

Ese fue el primer día que lo sintió. Al saludar al cliente sintió a través de su mano la inquietud e incertidumbre de este hombre y su afán porque llegara a buen puerto la operación. Noto el miedo del hombre a perder su empleo por la importancia que tenía no fracasar en esta reunión. Antes de darle la mano parecía un hombre seguro de si mismo, un buen negociador. Ahora tenía las claves de hacia donde debía de atacar; los propios miedos de aquel hombre lo habían puesto a su merced. Esto es grande, pensó. El ciego, recordó. No había sido un sueño y aquel indigente le había concedido el mejor don que se podía haber otorgado, sobre todo a él. Aunque pensándolo bien leer las mentes de los demás tampoco hubiese estado mal era feliz porque aquella habilidad le daba poder absoluto para manipular las situaciones a su antojo aún más. Si antes ya era bueno en eso, ahora sería invencible.

Por alguna extraña razón el hecho de conocer y sentir la angustia de su rival hizo que éste le diera cierta lástima. Si bien no quería salir perdiendo en la negociación, la misma extraña razón le condujo a llevar dicha reunión a la solución más favorable para los dos. ¿Se habría vuelto débil? Podía haber destrozado a aquel hombre exprimiéndolo por ser conocedor de su necesidad, pero en cambió, tener ese desasosiego tan cercano le hizo compadecerse de su sufrimiento. Sin duda se estaba volviendo débil.

Al principio era divertido. Era capaz de sentir la alegría del ser más feliz y la profunda tristeza del más deprimido. Gracias a esos sentimientos compartidos podía conocer a las personas más de lo que se conocía a él mismo, pero identificarse tanto con ellas le impedía intervenir en su propio beneficio, algo que sin dudar no habría hecho en otras circunstancias.

Una mañana se cruzó en el portal de su casa con una vecina que volvía del médico con su hija pequeña. La niña padecía una inofensiva pero molesta gripe y aunque por lo general no le importaba ni exhibía el menor interés por el bienestar de los demás, aquel día dio muestras de una cortesía inusitada acariciando la mejilla de su pequeña vecina como muestra de afecto:
- ¿Estás malita? Pobrecita tan pequeña –le dijo a la niña condescendientemente-.
Repentinamente empezó a encontrase mal, muy mal. El roce con la chiquilla le había transmitido el sufrimiento que padecía producto de la enfermedad. Sumado al malestar había que unirle una gran pesadumbre que inundó su alma. Una extraña mezcla de pena e indignación le perturbaba. Era injusto que una personita tan pequeña e inocente tuviese que sufrir. En aquel momento le parecía que aquella niña no tenía por qué aguantar aquello y sin dudarlo cogió sus manos con fuerza y le arrebató todo el sufrimiento para apropiárselo. Era el mismo egoísmo tornado en compasión. Solo quería que la niña se sintiese mejor.

Casi sin pensarlo empezó a visitar el centro de salud de su barrio. No podía eludir la necesidad de ir hurtándole los síntomas a todo aquel que consideraba que estaba sufriendo más de la cuenta aún a costa de soportar aquel malestar. Por suerte en ocasiones se apoyaba en colaboradores involuntarios. En una ocasión le “regaló” a un caradura que quería estafar a la seguridad social simulando una enfermedad una “bonita” lumbalgia proveniente de su convecino de sala de espera. Era el tipo de sacrificio que realizaba gustosamente a fin de poder sobrellevar tan ingrata misión.

Ya no le importaba ganar dinero; tenía el suficiente como para no tener que ir a trabajar dado que sus incursiones al centro de salud le obligaban a pasar casi todo el día en cama. No sentía la imperiosa necesidad de pisotear a la gente; sin duda alguna hubiese sido un esfuerzo inútil, ya que, seguramente, no podría evitar absorber las consecuencias del daño ocasionado. Paradójicamente era feliz por sentirse tan mal y llegó aún más lejos dando un pasito más al comenzar a aliviar de su dolor a los moribundos en los días previos a su defunción. Pensaba que ya tenían bastante con morir como para tener que soportar el sufrimiento, sobre todo estando él ahí para poder evitarlo.

Incluso los actos más nobles no están exentos de la probabilidad de cometer el más terrible de los errores. El primer día que fue al hospital pediátrico fue el último. La curiosidad lo llevó a la planta de oncología y allí a una habitación llena de gente.

- ¿Por qué lloran todos si el chico es muy feliz y está tan repleto de vida? –preguntó a la enfermera-
- Hoy es su cumpleaños…su último cumpleaños. Está muy enfermo, su cáncer es incurable y le queda poco tiempo de vida. Entre todos intentamos hacerle feliz…odio este trabajo –contestó resignada la enfermera-

Sin dudarlo ni un momento entró en la habitación y posó su mano sobre la frente del niño. No solo se apropió del sufrimiento sino que le arrebató la propia enfermedad consciente de que aquello conllevaría su propia muerte. No importaba el sacrificio, había hecho tanto daño anteriormente que salvar la vida de ese niño era un justo castigo para reparar los errores del pasado.

Tal y como le dijo la enfermera. En menos de un mes aguardaba de un momento a otro su final en la cama de un hospital. Los médicos no entendían como podía haber desarrollado la enfermedad tan rápido. Sus familiares creían que quizás todas aquellas enfermedades que padecía de forma continuada de un tiempo a esta parte tuviesen la explicación, que por alguna razón eran simples síntomas de una dolencia terrible y mortal. El hombre simplemente sonreía. No consideraba que hubiese sido un grandísimo error apropiarse de tan fulminante mal, era su responsabilidad y lo que le dio sentido a aquel grandísimo don era el no haber dudado de que su destino era el de salvar aquel niño. Sin perder la sonrisa ni un momento, simplemente, se apagó.

Quién sabe si las virtudes y los pecados provienen de los mismos impulsos que se tornan en antagonistas en función del objetivo a buscar. Quizás sean igual la ira que mueve al violento que la pasión del que lucha por la justicia. Puede que nuestros defectos alberguen las mismas facultades de lo que pudiera ser nuestra mayor virtud, solo que la sustancia que sacia nuestra inquietud sea la que inclina inevitablemente la balanza del subjetivo punto de vista. Como dijo el ciego, quién sabe…