Titulitis aguda
Cuatropelos, que es inocente por naturaleza, dijo la verdad, - No, no poseo estudios superiores.
- Pues entonces acompáñame, contestó el maître reduciendo el nivel de exquisitez en el trato.
Atravesamos un precioso salón presidido por una enorme y ostentosa chimenea, donde un nutrido grupo de personas se deleitaba con los más exquisitos manjares en grandes mesas engalanadas y sentados en regios sillones acolchados. Además de una encantadora decoración, para acompañar a los comensales, un cuarteto de cuerda tocando piezas clásicas hacía a la estancia aún más acogedora. A mí me condujo a una habitación totalmente diametral a la que acababa de contemplar. Las mesas eran formica a igual que las sillas y en este caso la decoración brillaba por su ausencia. En una esquina sobre una mesa camilla, una televisión de catorce pulgadas sin sonido emitía una película de Steven Seagal.
- Perdone, debe haber un error, me habían hablado muy bien de este restaurante, sobre todo por lo que acabo de ver en el otro salón. Prefería cenar allí.
- Huy, pues va ser que no. Aquel salón está reservada a gente con estudios, a los que no los poseen les corresponde cenar aquí, me contestó con cara de circunstancia mientras un camarero colocaba en la mesa un mantel de papel.
Tentado en marcharme, pensé que al menos la comida merecería la pena.
- ¿Qué vas a tomar de beber, colega?, me preguntó.
- Veo que ya hay confianza ¿Eh?…colega…¿Qué vino me recomienda?
- Lo lamento, tú solo tienes la posibilidad de pedir cerveza o tintorro con casera, bueno, un refresco también, me contestó con chulería.
A punto de levantarme respiré hondo y me convencí a mí mismo que lo mejor era aguantar el tirón. No iba a ponerme a su altura y decidí que a lo mejor resultaría una experiencia divertida.
- Cerveza, le dije con mala gana…¿Y de comer, me da la carta al menos?
- Tampoco te corresponde carta, para ti hay menú, consomé y filetes empanados con patatas fritas.
Conté hasta diez para no cometer ninguna locura y le dije…- venga, vale, pero al menos me podría haber dado la oportunidad de elegir entre fumadores o no fumadores. Es que esto está muy cargado.
- Mira colega, los incultos fuman todos, ¿no ves que no tenéis la capacidad de daros cuenta que es perjudicial?, me dijo tocándose la sien con el dedo índice con el propósito de intensificar la frase. Los titulados fuman haciendo su elección personal, que para eso pueden.
Y se marchó sin dejarme opción a replicarle.
A la media hora me trajeron la comida. Le pregunté al camarero, que parecía buena persona, el por qué de este trato y el hecho de no poder disfrutar de platos que había visto en el otro comedor. A lo que contestó con suficiencia que era porque yo no disponía del paladar para apreciar esos manjares ni la preparación para el disfrute de un buen vino. Me quedé perplejo.
El consomé estaba frío, las patatas fritas eran congeladas y el filete empanado estaba quemado por fuera y crudo por dentro, además de estar duro como la suela de un zapato. Para colmo y sin mediar palabra, de postre me trajo una copa de coñac.
- Pero tío, ¿Qué haces hombre? Tráeme un café que no me gusta el coñac, ya no pude contenerme.
- Pues eso es lo que hay. Encima que tenemos la benevolencia de traerle una copita. ¿Qué querías güisqui encima? Aquí está la cuenta.
- ¡Doscientos euros!, ¿por un consomé y un filete asqueroso?, vamos hombre.
- Es que este es un restaurante muy exclusivo, me dijo en voz baja.
- Ya, pero lo que yo he comido no los vale, ¿Cuánto le cobráis a los titulados? Le pregunte con tono burlón.
- Pues lo mismo. Para comer no somos todos iguales pero para pagar sí, me contestó con toda la desfachatez del mundo. Así que afloja o llamo a la policía.
Le di mi tarjeta y me dijo que no, los incultos en efectivo, me exigió. Así que tuve que dejarle la documentación y el reloj como fianza y fui al cajero más cercano a sacar dinero para pagarle. Le aboné el suculento importe y me marche triste y taciturno.
Y es que existen sujetos que evalúan a los demás en virtud de sus títulos académicos, y no solo en el ámbito laboral, que es donde en realidad deberían tener vigencia, sino dándole mayor crédito personal y moral al licenciado que al pobre lerdo inculto y sin derecho de opinión que se le supone al operario plebeyo. Esta gente da por supuesto que los no titulados no tienen ninguna inquietud cultural y dan por hecho de la ineptitud para el criterio propio y el razonamiento y al igual que en el instituto, estos se otorgan el papel de populares, incitando sutilmente a los titulados que se acercan a los impopulares a desistir de esta actitud, amenazando con el mismo rechazo que ofrecen al inculto, esta no es tu gente, aléjate o serás tratado como ellos. El momento en que se desprecia la opinión o la compañía de alguien por no poseer estudios superiores se peca de una falta de educación imperdonable, sobre todo si es esa educación de la que tanto alardean.