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12 de febrero de 2009

Nosotros

“No se preocupe, nosotros nos encargamos de todo”. ¿Nosotros? Solo conozco a este tipo ¿Quiénes son “nosotros”?
Se me hace difícil aceptar que alguien se gane el pan traficando con la vida de personas inocentes. Es duro comprobar que el ser humano es tan perverso como para enriquecerse contrabandeando con la muerte, pero, aquí estoy yo, aceptando su juego, pagando por los servicios de unos “nosotros” que satisfacen los caprichos de unos desalmados, como yo, cansados de todo, buscando algo más. “La guerra es mala para las personas...pero buena para el negocio”. Me aterra esa sonrisa socarrona.
No creo que sea “malo” por desear hacerlo todo en corta e ingrata existencia. No quiero marcharme con la sensación de no haber vivido, probarlo todo al menos una vez. No quiero morir con la incertidumbre de saber que no hice algo que quizás me gustase. Satisfacer fantasías sexuales, drogas, experiencias vitales…matar a un ser humano…ya no tengo tan claro que esto sea una buena idea.
“…buena para el negocio”. Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez. El hombre siempre ha vivido en guerra y siempre hubo alguien que se beneficiase de ella. No ha habido ningún momento en la historia de la humanidad en la que no hubiese un conflicto armado en algún rincón de este planeta. Somos un animal triste y ciego que no aprende de sus errores, tan irracional.
“No se tendrá que preocupar por nada. Nos ocuparemos de la entrada, le proporcionaremos un arma “limpia” y le sacaremos de allí. Sin repercusiones, sin remordimientos. Las víctimas de la guerra no son asesinadas, solo son…daños colaterales”.
Espero a mi presa en el puesto de tirador. El padre de alguien, el hijo de alguien, el marido de alguien. Incluso en este sórdido safari hay reglas, ni mujeres ni niños. Una forma extraña de no sentirse tan malvado, una cuestión de honor…extraño honor. Escudriño el territorio en busca de una buena “pieza”, es temprano aún y paso el tiempo divagando. Por alguna razón imagino a este tipo ofreciéndome por un insignificante plus la cabeza disecada de la victima como trofeo. Una idea tan descabellada que dadas las circunstancias no me extrañaría en absoluto. Ya no me apetece esto, no quiero hacerlo; acabo de descubrir que al fin y al cabo lo que estoy sintiendo puede ser eso que algunos llaman conciencia. No me gusta, no la quiero…no puedo evitarla.
A través de la mira telescópica veo a un hombre de unos treinta años aparecer al final de la calle. La “caza” empieza a asomar tras las esquinas. Recorre la calle, nervioso, apresurado. Lleva entre sus brazos una bolsa de papel por la que parece asomar una hogaza de pan y quizás un paquete de harina. Seguro que vuelve a casa tras conseguir algo de comer para los suyos.
“Ahí lo tiene amigo, es todo suyo…”. Tengo la vida de ese hombre en mis manos, en el gatillo de un rifle prestado. “No se me amaricone ahora, hágalo, no tenemos todo el día”. Estoy apuntado a su corazón, con un simple movimiento de mi dedo índice todo habrá acabado…Lo siento amigo. Quédese el dinero.
Nos marchamos de allí. El tipo no parece enfadado, cobrará de todos modos. Casi parece alegrarse, ¿un atisbo de humanidad? Quizás he superado la prueba que determina si mi lugar está en cielo o en el infierno. Me siento aliviado.
El hombre se aleja y entra en un portal. No se derramará sangre, al menos por mi parte. Puede que mañana no tenga tanta suerte. Puede que mañana otro “cliente” no tenga tantos reparos. Creo que he hecho lo correcto, me siento bien. Estoy contento por haber jugado a ser Dios y haber decido que ese hombre al menos hoy…vivirá.


12 de enero de 2009

Qué hacer

Ahora estaba vacía. Sentía que aire de aquella casa era tan denso que casi no se podía respirar. Era el aire de la angustia y la ansiedad que lo iba consumiendo poco a poco como una barra de incienso sin poder evitar sentir que algún día terminaría por apagarse. Él no había elegido seguir viviendo con su madre con casi cincuenta años. El destino había sido caprichoso y desde que tenía uso de razón nunca vivió para forjarse el suyo propio; siempre tuvo la responsabilidad que cuidar a alguien, esa responsabilidad que impide a un buen hijo abandonar a una madre enferma, la que le dio la vida, la que se la había robado desde siempre.

Ahora la penumbra inunda la habitación. Sentado en la cama observa el polvo a través de los rayos de sol que entran por las rendijas de la ventana, recordando, intentando flotar como él, pero ya no puede. Sus recuerdos nunca van más allá de la casa. No fue culpa suya que su padre se marchara. Se hizo mayor de repente cuando mamá decidió no salir de la cama para cuidar a los suyos. Se convirtió en hermano mayor, en padre, en madre. Considero a sus hermanos unos egoístas cuando con el tiempo se fueron marchando en busca de esa vida que a él siempre se le había negado. Con la mente en el infinito imagina como podía haber sido esa otra vida, la suya, la auténtica, amando a otra mujer, a sus propios hijos. Esos niños tienen las caras de sus hermanos cuando era pequeños, como cuando papá se fue. Hijos prestados de una existencia ajena.

Ahora el olor añejo es tan viscoso que es imposible desprenderse de el. Tumbado en el viejo sofá cambia los canales del televisor intentando escapar de los programas que le gustaban a mamá, pero no puede. Siente que ha perdido la razón cuando habla con ella, pero ahora mamá ya no está. Frente al televisor con la mirada perdida, inerte, aquel nuevo estado de soledad era mera apariencia, hacía años que estaba solo, mamá lo había abandonado hace ya mucho tiempo, el mismo que llevaba obteniendo el silencio como respuesta. Es un perro lazarillo que no tiene un amo al que cuidar, alguien por el que dejarse atropellar si fuese preciso, alguien que le brindara la oportunidad de hacer el único trabajo que siempre ha desempeñado, cuidar a los demás dejando de lado su propia vida.

Ahora no se percata de aquel señor calvo y desaliñado que ve cuando se mira en el gastado espejo del baño. Entre manchas de humedad y azulejos desprendidos no advierte que ahora todo tiene sentido, que ese hombre de yérsey rojo y camisa de cuadros que vive en aquella casa necesita ser cuidado y querido. Ese señor de casi cincuenta años implora su ayuda. No se da cuenta de que ha llegado el momento de cuidarse a si mismo. Yo no elegí ser como soy.

Qué hacer, qué hacer…