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28 de marzo de 2007

Cruce de caminos


Se cruzan las miradas, os reconocéis, pero es un saludo forzado en un intento por ser corteses. Un simple hola para alguien con el que has compartido una parte de tu vida, para un antiguo compañero de colegio que ahora es un extraño cualquiera.

Discurriendo por la vida vamos dejando a demasiadas personas atrás. Tenemos grandes preocupaciones como para hacer el esfuerzo en acordarnos de los nombres de aquellos a los que probablemente no volvamos a ver jamás. Dos almas que recorriendo una misma travesía y que cayeron en el abismo del olvido en el primer cruce de caminos.


Un encuentro casual que conecta la maquinaria de los recuerdos, sobre todo si se trata de una personalidad pintoresca. En la adultez de las buenas formas y del lenguaje no ofensivo, él hubiese sido un freak homosexual; en una adolescencia carente de mano izquierda y sin presiones lingüísticas, para el resto de los compañeros era el maricón raro.

La equivalente simbiosis entre un aspecto singular y la previsible caída en el derrumbadero de los complejos, lo convirtieron en un adolescente con modos asimismo singulares y, aunque parco en palabras, en los escasos momentos en los que acedía a comunicarse, siempre correcto en el trato, sus respuestas solían tan extravagantes como sus ademanes.
Su presunta homosexualidad era el resultado del obtuso razonamiento púber, si bien era notorio su amaneramiento nunca demostró por su parte interés manifiesto para con el sexo contrario. Simplemente era “maricón” en base a la absoluta e incontestable certeza que otorga la estupidez juvenil.

Año tras año, curso tras curso, el miedo al rechazo lo hizo aún más introvertido. La negación constante a compartirse a los demás temiendo las burlas lo arrojó al rincón de la clase sin que nadie lo echara de menos en la graduación.

Ahora recorre un camino opuesto y se aleja. Conserva su inusual semblante y ese rictus de mirada ausente y leve sonrisa bobalicona. Pero esa mirada ya no está tan perdida como lo estaba él en nuestro mundo de gente corriente; en sus ojos se aprecia la aceptación del ser como soy sin importar lo piensen los demás. Es la mirada de un hombre que sin temor se cruza con su pasado y le dice adiós como lo que es, un perfecto desconocido.

Prohibido subsistir

El comercio del cuerpo es un negocio oscuro y hostil. Un sombrío mercado de carne de niñas engañadas y jóvenes amenazadas. Y aunque es de obligación erradicar con todos los medios posibles la trata de blancas, no son siempre victimas inocentes de feroces mafias; en la mayoría de los casos es una causa forzada, pero voluntaria.

Carteles que rezan en las calles “Los periódicos fomentan la prostitución” y ellos se solidarizan, los gobiernos que en virtud de un mundo políticamente correcto les prohíbe publicitarse.

Los que disponen siempre obvian la opinión del que pretenden salvar. ¿Serán ellos los que protejan a las meretrices de la inconformidad del proxeneta de turno que les exija que la mitad de las ganancias a abonar sean la misma mitad con la mitad de clientes? ¿Las auxiliarán económicamente o se verán sorprendidos porque las prostitutas y prostitutos que subsistían alejados de la calle infame deban arrojarse a ella?

Pretenden ayudarlas regularizando la prostitución y que paguen sus impuestos como cualquier ciudadano, pero les limitan la promoción privada avocándolas a las frías noches a la intemperie o a ser acogidas por uno de esos magnificentes empresarios del medio.

Te quiero mucho perrito, pero pan, poquito. A mi que me lo expliquen.

25 de marzo de 2007

Solo seres vivos

Cuando en cualquier conversación sale a relucir la figura de Sigmund Freud, no podemos dejar de pensar el él como en ese pervertido que aseguraba que cualquier comportamiento del individuo, psicológicamente hablando, estaba relacionado directamente con el sexo. Y aunque se centraba en lo concerniente a los entresijos de la mente humana, si lo analizamos desde una perspectiva menos compleja quizás ese buen hombre tenía cierta razón.

La cuestión, según me contaron una vez que fui al colegio, es que los seres vivos nos regimos por cuatro parámetros básicos: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Por mucho que nos pese, aunque más inteligente que los demás, biológicamente hablando no dejamos de ser unos animales bastante normalitos en el modo en el que nos comportamos socialmente y en seguimiento de las directrices que la naturaleza nos exige, porque en el fondo, el resultado es que la vida es más simple de lo que parece por mucho que nos empeñemos en complicarla.



Como casi la mayoría de los primates, véanse los chimpancés, vivimos en manadas. Como ellos, cohabitamos unos individuos con otros porque es el medio con el que nuestra especie tiene más probabilidades de alcanzar la finalidad para la que estamos aquí, la perpetuación de nuestra especie.

Creemos que controlamos nuestro destino gracias al don del raciocinio, probablemente una hormiga también lo crea. Pero aunque su misión sea la de recolectar comida para la colonia, con su trabajo solo persigue la continuidad del hormiguero. En nuestro hormiguero particular no importa la singularidad de sus elementos, aunque pensamos que controlamos individualmente reproducirnos o no, el resultado es que a nivel global lo hacemos y mucho. Para lograr esta perpetuidad lo único y fundamental es el sexo. Es nuestro principio y nuestra finalidad en este mundo, dejar nuestra semilla para conseguir no extinguirnos. Negarlo es negar a nuestro propia naturaleza y visto de ese modo nuestra obligación más importante.

El Sr. Freud estaba en lo cierto, desde el principio de los tiempos vivimos obsesionados con el sexo para poder seguir existiendo como cualquier ser vivo que nace, crece, se reproduce y muere.

21 de marzo de 2007

Historias del grano de arena. # 10. Tolomeo contraataca

Aunque casi todos tenemos un Tolomeo en nuestra vida, éste es mío, personal e intransferible, por desgracia. Este Tolomeo, celebérrimo por sus reproches a la conducta de sus vecinos y por todo aquello que él considera un agravio o una carencia total de sentimiento comunitario, mí Tolomeo, continúa colgándose, cínica y alegremente, medallas de sus triunfos sobre sus indignados colindantes, que sin salir de nuestro asombro, vemos que con toda la desfachatez del mundo y el “me importa un pimiento choricero”, se ríe de nosotros al son que a él más le calienta.

Si ya le narramos anteriormente los tristes y escatológicos acontecimientos del perrito, inocente él, que nos regalaba un maravilloso ramillete de fragancias y texturas excrementicias, Tolomeo se explaya aún en la más grata solidaridad vecinal. Y es que Tolomeo es un hombre ocupado, ocupado en fastidiar a los demás porque el señor se aburre, y que mejor forma de evitar este hastío que permitirnos a los demás evadirnos de la monótona rutina de una comunidad de propietarios cualesquiera.


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Tolomeo vive en una urbanización privada en la que existen viales rodados internos porque en los inicios de dicha urbanización las calles eran de uso público para todo aquel que quisiese transitar por allí. Los promotores, que a veces son unos linces, determinaron que para unas ciento cuarenta viviendas, cuarenta y tantos aparcamientos privados eran suficientes. Demostrando un sentido lógico fuera de lo común, también decidieron que esos aparcamientos privados se sortearan, pero no entre los propietarios, sino entre toda la población mundial que así lo deseara, por lo que el “asuntillo” del aparcamiento empezó con mal pié dado que una vez cerrada la urbanización, tampoco habían suficientes plazas exteriores para que pudieran estacionar los propietarios sin aparcamiento, que eran la gran mayoría.

El mucho tiempo libre de que disponía permitió que Tolomeo durante el mes previo al sorteo, más bien subasta, y el mes posterior a éste, permaneciera perenne el las oficinas de los promotores presionando por la concesión de un aparcamiento. Su constancia obtuvo premio, misteriosamente le fue adjudicado a Tolomeo uno de los aparcamientos más grandes y mejor situados. Desde el día en el que se hicieron entrega los aparcamientos empezaron los problemas.

Si no eres propietario de uno de estos aparcamientos siempre es más seguro y cómodo dejar el vehículo estacionado dentro del recito cerrado que en la calle, pero a partir de ciertas horas aparcar es un acontecimiento que entraña ciertas dificultades. Los dueños de los aparcamientos “sorteados” comenzaron a especular con ellos y empezaron a alquilárselos a terceros y, por supuesto, continuar aparcando en el recinto cerrado, residieran o no allí. Abrieron la caja de los truenos porque incluso estos terceros realquilaban a unos cuartos haciendo duplicados de los mandos a distancia de la entrada a la urbanización ya así seguir aparcando dentro del recinto. Podrán imaginar como se puede sentir alguien que llega a las nueve de la noche y tiene que aparcar a medio kilómetro porque en tu propia casa no puedes hacerlo al estar los aparcamientos ocupados por coches de la calle, que entrando alegremente con sus mandos, copan un espacio privado que hemos pagado los que allí vivimos. Desesperanzador.

Para no ser menos, Tolomeo fue uno de esos propietarios que alquiló su aparcamiento. Alquilar, curiosa palabra, se usa tanto para el arrendador, que “alquila” su propiedad, como por el arrendatario que también la “alquila”, curiosa.

Pero Tolomeo, solidario y democrático, como presidente de la comunidad, saltándose los protocolos, o sea, las juntas de propietarios, y, alegando que por su edad y su ¿minusvalía? no podía permitirse aparcar fuera de la urbanización, se auto-otorgó una de las plazas exteriores del recinto en calidad de aparcamiento reservado para minusválidos, privada, en la puerta de su casa. Cuando boquiabiertos el resto de propietarios protestaron enérgicamente por esta escandalosa circunstancia, el administrador, amigo íntimo de Tolomeo, se limito a mostrar el acta de reunión en la que se aprobó, de soslayo y de buena voluntad, una norma interna en la que se permitía reservar aparcamientos puntualmente en el caso de que algún vecino lo precisara por algún tipo de incapacidad que hiciera comprensible esta reserva. Espectacular las caras de tonto tras la noticia.

Demos un giro de tuerca más a la historia. Un Tolomeo altivo y en racha, para jactarse aún más de la necedad de sus convecinos, ha alquilado esta plaza reservada y privada a alguien externo a la comunidad y continúa aparcando sus coches, porque tiene tres, en los aparcamientos externos del recinto cerrado…sin palabras.

Probablemente no se pueda hacer nada, Tolomeo tiene amigos y muy poca vergüenza. Tendremos que acostumbrarnos a convivir con él y sus argucias, pero ojo, mucha precaución con hacer una pequeña reforma o dejar que los niños jueguen a la pelota en la plaza de la urbanización, porque entonces Tolomeo nos lo hará pagar con todo el peso de la ley en la mano, horizontal, pero ley al fin y al cabo. Eso sí, con su ejemplar de las normas que es el que vale; el resto de ejemplares del mundo no tienen la mitad de las páginas perfecta y convenientemente arrancadas.

13 de marzo de 2007

Dualidad

Para muchos quizás parezca absurdo que un país se paralice por un venial evento deportivo, pero la realidad es que se vuelve a hacer patente unos de los rasgos que mejor identifican a la condición humana, la persistente necesidad del ser humano de dividir cualquier aspecto de la existencia en dos extremos. El resultado visible y simplificado es siempre obviar los matices, catalogarnos y posicionándonos en uno u otro bando. Izquierda o derecha, capitalismo o comunismo, ricos o pobres la conclusión es la inefable pertenencia del ser humano a uno de dichos extremos.

Si nos fijamos en la naturaleza, que dicen que es sabia, observamos que en la raíz misma de la propia existencia material, la identidad de cualquier elemento a nivel atómico viene determinada por tres extremos
elementales. Tres partículas básicas que en combinación conforman a la materia en sí misma.

Aplicar ese tercer elemento tan único y alejado de los demás pero equivalente, sería una tarea tan abstracta y compleja como imaginar un nuevo e inexistente color, pero en descubrirlo quizás esté ese vértice que nos dé el equilibrio que aún no hemos hallado y que nos mantiene enfrentados unos con otros desde los albores de nuestra civilización. Quizás el secreto esté en la armonía de los elementos más ínfimos y simples de la existencia, para que en su aplicación al menos rocemos con la punta de los dedos la sabiduría y equilibrio de la porción mínima de lo que estamos todos formados: neutrones, protones y electrones.

8 de marzo de 2007

País diagonal

La maldición de vivir en un país inclinado. En concreto inclinado 15 grados.
Cuando se camina por sus calles no se puede apreciar, puesto que también las personas están desviadas. Solo se percibe su cariz diagonal en virtud de un resguardo. En ese momento se puede comprobar que todo en el exterior está torcido sin el amparo de un parapeto. Es un mundo oblicuo de peinados extravagantes y vestimentas arrugadas. A veces creo que estoy soñando. Parece un sueño en el que todos los que me rodean han transformado sus rasgos, los reconozco, pero no son como antes; ahora son orientales de ojos llorosos que parecieran figurantes de un video musical de aquel hombre gris, y no gris por su carácter sombrío, sino gris de verdad. Un gris clarito como el color de estos días que sí son sombríos.

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Palmera Inclinada

En la apacible y temporalmente extinguida verticalidad, la facultad para volar de cualquier objeto dependía de la potencia con que fuera lanzado. En el cielo inclinado donde las nubes navegan a velocidad de vértigo muchos objetos vuelan, la capacidad de impedir que algo se eleve, es la fuerza con la que es sujetado. En un universo transversal el viento se lleva a las personas, a los árboles, al mobiliario urbano... se añora a que como antaño el viento solo se lleve a las palabras.

Gente inclinada

En las noches del país inclinado no se puede dormitar. Este sueño se trunca por el estrepitoso resonar de ventanas, los pavorosos alaridos provocan el sollozo de niños asustados que inundan la escasa quietud de la noche.

Mas gente inclinada

¡Oh viento!, viento purificador puedes marcharte. Que en tu gracia ya estamos limpios.
¡Oh viento!, vete lejos de aquí a purificar a otros que ya no te necesitamos.
¡Oh viento!, según los servicios meteorológicos tu tren va a salir, apresúrate lo vayas a perder.



6 de marzo de 2007

Intranscendencia

Llama poderosamente la atención la poca trascendencia, que se le da por los medios de comunicación, a algunas noticias que en principio deberían tener mayor relevancia. Grandes acontecimientos sin aparente interés mediático que solo gozan de escuetas reseñas en las publicaciones impresas. Eclipsadas por la última salida de tono de cualquier famosillo de turno y detallándolo para no peder detalles con grandes fotos a color, podemos encontrar en una esquinita del periódico que por ejemplo un equipo de científicos franceses devuelve la vista a siete perros ciegos. No hay un gran titular para que apreciemos como merece que el éxito de estos científicos supone una gran esperanza para miles de invidentes de todo el mundo que podrían recuperar la vista gracias a sus logros.

Hay otras noticias que en virtud del interés general ni siquiera aparecen en los medios. Si bien interesa el que fallece tras realizarse una liposucción, nadie le presta atención a un suceso preocupante como el aumento en el número de adolescentes que se lanzan al vacío desde una azotea y acaban con sus vidas. Parece no importar que cada vez más jóvenes decidan suicidarse y que solo se conozcan los casos en los que éstos lo hacen de un modo inevitablemente público. Ni tan siquiera llegamos a enterarnos de los que deciden abandonar este mundo de forma discreta.

¿Por qué elige alguien con toda una vida por delante y grandes problemas aparentes lanzarse al vacío?

Personas con físico de adultos y mente de niños. Hormonas en ebullición para los que el más nimio de los problemas es literalmente el fin de su existencia.

Quizás es tarea de los adultos enseñarles que la vida es más sencilla de lo que ellos creen. Que un suspenso no es fin del mundo y que no han perdido al amor de su vida por un simple desamor adolescente. Deberíamos hacer que aprendan a reírse de lo que ellos piensan que es un enorme contratiempo, igual que nos reímos al recordar el trauma de romperse aquel juguete y de lo tristes que nos pusimos porque aquel niño de cinco años que creíamos que era nuestro amigo no nos saludó. Hacerles entender que los problemas presentes serán igual de frívolos que los de la niñez cuando transcurran algunos años. Convencerles de que la vida es bella si la dejamos transcurrir.

Alguien sabio me dijo una vez:

- Si un problema tiene solución para qué preocuparse y si no la tiene ¿por qué te preocupas?

3 de marzo de 2007

Dos amigos. 2ª parte

Dos semanas estuvo el gato convaleciente de la terrible e ignominiosa castración. Durante la tercera semana se dedicó a sacar fuerzas de flaqueza para atreverse a volver a la calle por temor a las burlas a causa de su humillación. Si antes de aquel desgraciado suceso era bastante pesado, ahora que se pasaba la noche contándoles a los demás todos los detalles de la intervención se convirtió en un sujeto bastante insoportable.

Las gatitas mimosas no lo aguantaban, el único aliciente por el que lo aceptaron en su momento era el aliciente de conseguir unos cachorros con una buena herencia genética y dadas las circunstancias eso era algo que en la actualidad no podía ofrecer.

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Por donde iba era rechazado, ni tan siquiera en la tertulia de los gatos mayores lo acogían. Éstos tenían fama de conmoverse de los gatos desfavorecidos y ser buenos consejeros, pero fueron tantas las chulerías y las fanfarronadas, que no lo deseaban cerca mendigando compasión.
En esos acercamientos a los demás gatos siempre preguntaba por su amigo defenestrado. Desde el día que lo apartó de su lado no lo había vuelto a ver. Algunos decían que se había marchado a otra parte de la ciudad. Otros aseguraban que se había unido a una pandilla de gatos y gatas de un barrio cercano. Echaba de menos al que había sido su fiel compañero y que él expulsó de su vida sin misericordia.
Exhausto de no hallar a ningún gato que lo aceptara, terminó refugiándose en la que hasta aquel momento solo consideraba como el lugar en el que le daban de comer y una ventana soleada para dormitar. En los dos años siguientes permaneció en esa misma ventana mirando a la calle esperando tristemente que el azar le devolviera a ese amigo al que tanto extrañaba. Un buen día lo vio pasar por la puerta de su casa. Salió corriendo se abrazó a él con fuerza. El gato negro al principio no lo reconoció puesto que esa vida totalmente doméstica había hecho engordar sobradamente al siamés. Esté último le rogó que volviera a ser su compañero nocturno, le pidió perdón por su comportamiento y que le dijo esas cosas sin pensar.
Disculpándose, el gato callejero le dijo que no era posible, que aunque no le guardaba rencor tenía su propia vida y que, lamentándolo mucho, tenía mucha prisa en marcharse. A esa hora sacaban a tomar el sol los cachorritos que había engendrado con una gata doméstica de la calle de al lado. Le dijo que ya se verían por ahí, aunque el gato doméstico tenía la certeza de que esa jamás ocurriría.

El gato siamés volvió afligido a su hogar y allí permaneció sin salir hasta que en una mañana de invierno los dueños se lo encontraron muerto. Lo hallaron justamente en esa ventana en la que tanto aguardó al amigo que despreció y quién sabe si en su último aliento de vida aún lo esperaba.

Y es que en cualquier ámbito de nuestras vidas, el rechazo es un arma traicionera. La autoestima ganada a tenor de poseer la capacidad de expulsar de nuestro lado a aquel que no necesitamos, puede tornarse en amargura cuando en los malos momentos no lo tenemos cerca para consolarnos. Permitirnos el desprecio, con el tiempo nos hará comprobar que ya no somos necesitados por cerrar las puertas a cal y canto a los que solo pretendían nuestra amistad, nuestro amor o simplemente nuestro respeto; consiguiendo hacer añicos todo ese amor propio y sentirnos terriblemente solos, muy solos, por no haber concedido dejar, al menos, esas puertas entreabiertas.