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3 de marzo de 2007

Dos amigos. 2ª parte

Dos semanas estuvo el gato convaleciente de la terrible e ignominiosa castración. Durante la tercera semana se dedicó a sacar fuerzas de flaqueza para atreverse a volver a la calle por temor a las burlas a causa de su humillación. Si antes de aquel desgraciado suceso era bastante pesado, ahora que se pasaba la noche contándoles a los demás todos los detalles de la intervención se convirtió en un sujeto bastante insoportable.

Las gatitas mimosas no lo aguantaban, el único aliciente por el que lo aceptaron en su momento era el aliciente de conseguir unos cachorros con una buena herencia genética y dadas las circunstancias eso era algo que en la actualidad no podía ofrecer.

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Por donde iba era rechazado, ni tan siquiera en la tertulia de los gatos mayores lo acogían. Éstos tenían fama de conmoverse de los gatos desfavorecidos y ser buenos consejeros, pero fueron tantas las chulerías y las fanfarronadas, que no lo deseaban cerca mendigando compasión.
En esos acercamientos a los demás gatos siempre preguntaba por su amigo defenestrado. Desde el día que lo apartó de su lado no lo había vuelto a ver. Algunos decían que se había marchado a otra parte de la ciudad. Otros aseguraban que se había unido a una pandilla de gatos y gatas de un barrio cercano. Echaba de menos al que había sido su fiel compañero y que él expulsó de su vida sin misericordia.
Exhausto de no hallar a ningún gato que lo aceptara, terminó refugiándose en la que hasta aquel momento solo consideraba como el lugar en el que le daban de comer y una ventana soleada para dormitar. En los dos años siguientes permaneció en esa misma ventana mirando a la calle esperando tristemente que el azar le devolviera a ese amigo al que tanto extrañaba. Un buen día lo vio pasar por la puerta de su casa. Salió corriendo se abrazó a él con fuerza. El gato negro al principio no lo reconoció puesto que esa vida totalmente doméstica había hecho engordar sobradamente al siamés. Esté último le rogó que volviera a ser su compañero nocturno, le pidió perdón por su comportamiento y que le dijo esas cosas sin pensar.
Disculpándose, el gato callejero le dijo que no era posible, que aunque no le guardaba rencor tenía su propia vida y que, lamentándolo mucho, tenía mucha prisa en marcharse. A esa hora sacaban a tomar el sol los cachorritos que había engendrado con una gata doméstica de la calle de al lado. Le dijo que ya se verían por ahí, aunque el gato doméstico tenía la certeza de que esa jamás ocurriría.

El gato siamés volvió afligido a su hogar y allí permaneció sin salir hasta que en una mañana de invierno los dueños se lo encontraron muerto. Lo hallaron justamente en esa ventana en la que tanto aguardó al amigo que despreció y quién sabe si en su último aliento de vida aún lo esperaba.

Y es que en cualquier ámbito de nuestras vidas, el rechazo es un arma traicionera. La autoestima ganada a tenor de poseer la capacidad de expulsar de nuestro lado a aquel que no necesitamos, puede tornarse en amargura cuando en los malos momentos no lo tenemos cerca para consolarnos. Permitirnos el desprecio, con el tiempo nos hará comprobar que ya no somos necesitados por cerrar las puertas a cal y canto a los que solo pretendían nuestra amistad, nuestro amor o simplemente nuestro respeto; consiguiendo hacer añicos todo ese amor propio y sentirnos terriblemente solos, muy solos, por no haber concedido dejar, al menos, esas puertas entreabiertas.

4 comentarios:

Norma dijo...

Bonita historia :)

Susana dijo...

creo que una de los daños emocionales que mas huella dejan es el rechazo...me ha dado penita el gatito...jo, bonita la historia, besos su

Mond dijo...

Lo veo diariamente en mi trabajo con los niños y el rechazo es un arma muy poderosa. Me gusta tu cuento y, si me lo permites, lo compartiré en alguna de mis capacitaciones a maestros.

cuatropelos dijo...

Puede usted coger lo quiera sin preguntar :·D