Hasta que la muerte nos separe
Cada mañana los monstruos se visten con el traje de la normalidad y se infiltran en la sociedad comportándose como el resto de los mortales, ocultan sus afiladas garras y disimulan con una gran sonrisa sus puntiagudos colmillos, conviven con nosotros y cuando visten su disfraz son difícilmente identificables, cualquiera puede ser una de estas criaturas y son eficaces evitando ser descubiertos.
Los monstruos cazan a sus presas con falsas promesas y engaños, y una vez en sus casas retiran la mascara que los ocultan y siguiendo los principios de su naturaleza, maltratan a sus prisioneras, vejaciones físicas y psicológicas sin origen aparente. Cautivas en sus hogares y con la dignidad hecha pedazos, las víctimas de los monstruos los aguardan jornada tras jornada con la esperanza de que en ese día estén de buen humor, cavilando el modo de no causarles ningún quebranto, el monstruo se disgusta fácilmente.
Algunas de estas reclusas hacen frente al sometimiento, alcanzan liberarse de sus esposas, pero los organismos incompetentes solo construyen barreras invisibles para su resguardo, parapetos que son fácilmente franqueados por los monstruos y que, como niños malcriados, rompen su juguete con el afán de que otro crío no pueda jugar con él.
Los monstruos residen en todos los lugares, son posesivos, desconfiados y celosos, justifican sus atroces actos por su ley del es mía y solo mía, rompen las reglas, no cejan en el desempeño de su labor de la humillación, la violencia y la muerte. No piensan, no recapacitan, pero hacen uso constante de su traslación al latín, ¡puta!, ¡reputa!.
Por alguna razón, cuando estamos en la cama nos sentimos en nuestra fortaleza, una muralla infranqueable para aquél que quiera hacernos daño, ya sea natural o sobrenatural…¿Dónde se refugian las víctimas de estos monstruos que tienen que dormir todas las noches con su asesino?