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14 de octubre de 2008

Que se mueran los viejos. (Parte Tercera)

Viene de la 2ª Parte.

- ¡Mañana cuando vuelva a ser joven os voy dar una paliza!

Los dos agentes que lo conducían al vehiculo policial ya habían sido advertidos de los arrebatos violentos de aquel señor. Habían sido previamente informados de que llevarlo de vuelta a casa podría no ser una tarea tan sencilla como podría preverse.

- ¡Que energía tiene el señor! ¡Estése quieto! –increpaba la policía intentando hacer entender al pobre hombre que su insistente resistencia no tenía ningún sentido-

Aquel estaba siendo el peor día de su vida. Mucho peor que cuando sus padres lo cazaron falsificando las notas. Más aciago que el día en el que se topó con un individuo que no se dejó avasallar y le dio una lección ante la mirada de sus súbditos pandilleros. Cerró los ojos en el coche patrulla en un intento desesperado por volver a dormir. Despertar de aquella pesadilla que ya estaba durando demasiado era su única y, quizás, mejor opción.

- Por favor, no lo metáis en el calabozo. No es un delincuente, solo está enfermo. –suplicaba la hija que ya esperaba en la comisaría-
- Es por su seguridad señora. Sabe que si no lo hacemos intentará escapar –explicaba el comisario-. No se preocupe, mientras viene el doctor estará solo en la sala de interrogatorios y pondremos a un agente en prácticas vigilando que no se haga daño.

Le resultaba irónico contemplarse repente en comisaría con aquellos viejos y desvencijados huesos, simplemente por andar por la calle, cuando antes jamás había sido detenido por todas aquellas gamberradas que practicaba a diario. Verse en aquella circunstancia, parecía casi divertido.

- Buenas tardes, ¿otra vez lo ha hecho? –se presentó el psiquiatra visiblemente molesto por la interrupción-
- Si, doctor. Ha vuelto a escaparse. –respondió la avergonzada hija-

El chico atrapado en aquel octogenario problema observaba detenidamente al que denominaban doctor, a aquella que decía ser su hija y al señor comisario; papel el de éste último más conseguido de aquella sala de interrogatorios. Según su apreciación aquella alucinación no escatimaba en presupuesto.

- Esto no puede continuar –increpaba el comisario-. No podemos poner en jaque a toda la policía por culpa de un viejo loco. Ingrésenlo en una institución.
- Yo no puedo ingresar a mi padre. En ningún lugar estará mejor que en su casa, ¿Verdad doctor?- justificaba la mujer-.
- Antes era así. Pero esto va a peor. Ya sabíamos que empeoraría, esta enfermedad es así, sin solución y sin esperanza de mejora. Creo que el Sr. Comisario tiene razón, su padre debería ser ingresado –explicó el doctor con actitud condescendiente-.
- Pero usted me dijo…
- ¡Yo no he hecho nada! –interrumpió el pobre viejo-. Esta señora tiene razón, tengo que irme a casa para volverme otra vez joven. Lo mío solo se cura durmiendo.
- ¿Qué no has hecho nada? ¡Has estado doce horas perdido! –gritó la hija al borde de un ataque de ansiedad-
- No estaba perdido, estaba paseando, quizás huyendo, pero no sabía a donde ir –indicó el señor jugueteando con un cinismo provocador-.

El doctor empezó a explicar que en su estado senil era normal retrotraerse a una etapa feliz. La no aceptación de su enfermedad podría llevarlo incluso a un pasado imaginario en el que la vejez era el enemigo como era en este caso. Y en este caso la huida era propiciada por una vuelta a la realidad, una realidad en la que recuperado su verdadero aspecto anciano, sus maltrechas neuronas se empeñan en negar.

De repente empieza a recordar. Como por arte de magia se acuerda de su difunta María, aquella que tanto lo cuidó al principio de su enfermedad y cuya muerte lo encaminó hacía la negación total. Reconoció a la mujer, aquella que lo abandonó todo para atenderlo con el celo que solo puede entregar una hija amante. Los recuerdos empezaron a ordenarse en su memoria como papeles tirados en el suelo y alguien se ha empeñado en colocarlos en su lugar. De repente empieza a llorar…

- Lo siento, lo siento mucho. No sabía, no comprendía. Lo lamento hija –a veces recuperar la consciencia es más duro que el propio mal-.
- No te preocupes papa. Vamos a casa.

Desde la ventanilla del coche ve pasar la ciudad. Ha crecido tanto que casi no la conoce; no hace falta estar enfermo para perderse en esta colmena.

- Hija, ¿Sabes que han construido en el viejo campo de fútbol? Ya no se construye como antes. La pintura está tan deteriorada que pareciera que tienen cincuenta años.
- Papa, es que tienen cincuenta años. Duerme y descansa mi niño grande…

5 comentarios:

Susana dijo...

me emocionado leyendo el post anterior ains, en fin, q yo venía a saludarte y a decirte que ya toi aqui dando el coñazo...

Café con Agua dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Café con Agua dijo...

Wuauuuuuu!
Si esto es la consecuencia de la locura que puede producirte el vino...(xD)...debes emborracharte más!

Genial de verdad, Saludines!

Belén dijo...

Si es que cuando llegamos a determinadas edades, nos volvemos niños... sin mas

Besicos

cuatropelos dijo...

Susana, tu nunca das el coñazo, siempre serás bienvenida :·D

Café, esta en concreto es sin vino. Generalmente de las entradas "afectadas" te sueles arrepentir al día siguiente. Lo bueno que tienen es que cuando las lees parecen de otra persona X·D

Belén, peor aún, necesitamos las mismas atenciones que los niños y encima no se nos puede regañar. Hasta volvemos a ser traviesos. X·D

Saludos :·D