La cortesía y el descortés
Ambos esperaban en el sombrío portal. El ascensor se estaba demorando lo necesario para provocar uno de esos silencios incómodos posteriores al saludo inicial. Ser un artefacto lo suficientemente antiguo como para no poseer indicador de planta no colaboraba mucho en aliviar dicha circunstancia.
Él miraba el techo de un modo tan forzado, que junto a las muletas que le ayudaban a caminar dado que había ejercido su derecho a lesionarse por practicar cierto tipo de deportes a determinada edad, le otorgaban un aspecto extrañamente castrense. Ella observaba el suelo detenidamente y, aunque rondaba la treintena, el peso de las bolsas de la compra disponía una caída de hombros más propio de una anciana.
Tarde o temprano todo llega:
- Pase usted primero.
- No por Dios, pase usted primero, que va con muletas.
- Pero usted va cargada de bolsas. Pase, pase.
Ninguno de los dos quería entrar primero en el ascensor, en tanto en cuanto él creía que como caballero debía dejar pasar a una dama que además iba cargada, a la mujer no le parecía ético que ella entrara en primer lugar dado que el hombre además de “andar” cojo se apeaba en un piso superior, lo que le supondría tener que salir del ascensor para que ella pudiera bajarse.
Mientras acontecía la cortés discusión, de entre las sombra una ágil figura sorteó a tan educados vecinos para entrar en el ascensor. Sin atisbo de culpabilidad pulso el botón del piso a donde iba y se marchó dejando a éstos plantados en la puerta del elevador.
- ¡Que poca vergüenza tiene el niño del tercero! –exclamó la mujer-. El hombre se lamentaba negando con la cabeza y gesto de indignación.
De nuevo estaban los contendientes de las buenas formas aguardando la llegada del ascensor, pero en esta ocasión ella miraba al techo y él al suelo. En esta ocasión tardó algo menos, pero la impaciencia por llegar a casa aumentaba la sensación de espera. De nuevo comenzaron las gentiles invitaciones pero esta vez con cierto “toque” de desesperación:
- Pase por favor.
- Que no, pase usted.
- Por favor.
De repente los dos intentaron entrar en el ascensor. Rendidos a las continuas invitaciones, ambos decidieron pasar primero coincidiendo que lo hacían a la vez.
La natural inestabilidad del hombre con muletas y el temor a que soltar las bolsas para no romper alguna que otra botella de cristal culminó con que el choque de hombros acabó con una significativa y aparatosa caída. Con ellos en el suelo, otro vecino desde alguna planta llamó al ascensor, volvían a quedarse tirados.
De repente comenzaron a reír desaforadamente, la situación era para llorar, el bendito buen humor había ganado.
Por tercera vez se abrieron las puertas del ascensor en la planta baja; una señora mayor salía con su bastón y se les quedo mirando por encima de sus minúsculas gafas de pasta.
- ¡Que poca vergüenza! Tan mayores y tirados en el suelo haciendo el ganso. Está visto que ya no existe la educación.
Y rieron aún más…
Moraleja: Pensar siempre en los demás a veces conlleva la decepción de no ser correspondidos tal y como nosotros lo hacemos. Solo nos queda el consuelo de alegrarnos de que nos reímos tanto…que hasta vomitamos.
Como dijo Don José Luís Rodríguez: Numerao, numerao, viva la numeración ¡¡Yeah!!
Él miraba el techo de un modo tan forzado, que junto a las muletas que le ayudaban a caminar dado que había ejercido su derecho a lesionarse por practicar cierto tipo de deportes a determinada edad, le otorgaban un aspecto extrañamente castrense. Ella observaba el suelo detenidamente y, aunque rondaba la treintena, el peso de las bolsas de la compra disponía una caída de hombros más propio de una anciana.
Tarde o temprano todo llega:
- Pase usted primero.
- No por Dios, pase usted primero, que va con muletas.
- Pero usted va cargada de bolsas. Pase, pase.
Ninguno de los dos quería entrar primero en el ascensor, en tanto en cuanto él creía que como caballero debía dejar pasar a una dama que además iba cargada, a la mujer no le parecía ético que ella entrara en primer lugar dado que el hombre además de “andar” cojo se apeaba en un piso superior, lo que le supondría tener que salir del ascensor para que ella pudiera bajarse.
Mientras acontecía la cortés discusión, de entre las sombra una ágil figura sorteó a tan educados vecinos para entrar en el ascensor. Sin atisbo de culpabilidad pulso el botón del piso a donde iba y se marchó dejando a éstos plantados en la puerta del elevador.
- ¡Que poca vergüenza tiene el niño del tercero! –exclamó la mujer-. El hombre se lamentaba negando con la cabeza y gesto de indignación.
De nuevo estaban los contendientes de las buenas formas aguardando la llegada del ascensor, pero en esta ocasión ella miraba al techo y él al suelo. En esta ocasión tardó algo menos, pero la impaciencia por llegar a casa aumentaba la sensación de espera. De nuevo comenzaron las gentiles invitaciones pero esta vez con cierto “toque” de desesperación:
- Pase por favor.
- Que no, pase usted.
- Por favor.
De repente los dos intentaron entrar en el ascensor. Rendidos a las continuas invitaciones, ambos decidieron pasar primero coincidiendo que lo hacían a la vez.
La natural inestabilidad del hombre con muletas y el temor a que soltar las bolsas para no romper alguna que otra botella de cristal culminó con que el choque de hombros acabó con una significativa y aparatosa caída. Con ellos en el suelo, otro vecino desde alguna planta llamó al ascensor, volvían a quedarse tirados.
De repente comenzaron a reír desaforadamente, la situación era para llorar, el bendito buen humor había ganado.
Por tercera vez se abrieron las puertas del ascensor en la planta baja; una señora mayor salía con su bastón y se les quedo mirando por encima de sus minúsculas gafas de pasta.
- ¡Que poca vergüenza! Tan mayores y tirados en el suelo haciendo el ganso. Está visto que ya no existe la educación.
Y rieron aún más…
Moraleja: Pensar siempre en los demás a veces conlleva la decepción de no ser correspondidos tal y como nosotros lo hacemos. Solo nos queda el consuelo de alegrarnos de que nos reímos tanto…que hasta vomitamos.
Como dijo Don José Luís Rodríguez: Numerao, numerao, viva la numeración ¡¡Yeah!!
6 comentarios:
Jajajaja... ¡qué bueno que ganó el sentido del humor! Pobre viejecita, ¡lo que habrá pensado!
Jajajaja...
Buen fin de semana.
Mond..hechos tan tristes como súbitamente reales... así es la vida. ¿Qué le vamos a hacer? X·D
Por dios, si es que no se sabe como acertar ;)
Besicos
Como molan tus historias y sus moralejas!
y eso de vomitar hasta reirse si q mola xD
Saludos!!!!
Muy buena historia y moraleja!!!!
Belén, nunca, nunca. Hagas lo que hagas siempre hay alguien que se molesta. Se queda una cara de tonto X·D
Café, si no te ries hasta vomitar ¿para qué vivir? X·D
Muchas gracias Sibenik.
Saludos a todos
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