Nosotros
Se me hace difícil aceptar que alguien se gane el pan traficando con la vida de personas inocentes. Es duro comprobar que el ser humano es tan perverso como para enriquecerse contrabandeando con la muerte, pero, aquí estoy yo, aceptando su juego, pagando por los servicios de unos “nosotros” que satisfacen los caprichos de unos desalmados, como yo, cansados de todo, buscando algo más. “La guerra es mala para las personas...pero buena para el negocio”. Me aterra esa sonrisa socarrona.
No creo que sea “malo” por desear hacerlo todo en corta e ingrata existencia. No quiero marcharme con la sensación de no haber vivido, probarlo todo al menos una vez. No quiero morir con la incertidumbre de saber que no hice algo que quizás me gustase. Satisfacer fantasías sexuales, drogas, experiencias vitales…matar a un ser humano…ya no tengo tan claro que esto sea una buena idea.
“…buena para el negocio”. Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez. El hombre siempre ha vivido en guerra y siempre hubo alguien que se beneficiase de ella. No ha habido ningún momento en la historia de la humanidad en la que no hubiese un conflicto armado en algún rincón de este planeta. Somos un animal triste y ciego que no aprende de sus errores, tan irracional.
“No se tendrá que preocupar por nada. Nos ocuparemos de la entrada, le proporcionaremos un arma “limpia” y le sacaremos de allí. Sin repercusiones, sin remordimientos. Las víctimas de la guerra no son asesinadas, solo son…daños colaterales”.
Espero a mi presa en el puesto de tirador. El padre de alguien, el hijo de alguien, el marido de alguien. Incluso en este sórdido safari hay reglas, ni mujeres ni niños. Una forma extraña de no sentirse tan malvado, una cuestión de honor…extraño honor. Escudriño el territorio en busca de una buena “pieza”, es temprano aún y paso el tiempo divagando. Por alguna razón imagino a este tipo ofreciéndome por un insignificante plus la cabeza disecada de la victima como trofeo. Una idea tan descabellada que dadas las circunstancias no me extrañaría en absoluto. Ya no me apetece esto, no quiero hacerlo; acabo de descubrir que al fin y al cabo lo que estoy sintiendo puede ser eso que algunos llaman conciencia. No me gusta, no la quiero…no puedo evitarla.
A través de la mira telescópica veo a un hombre de unos treinta años aparecer al final de la calle. La “caza” empieza a asomar tras las esquinas. Recorre la calle, nervioso, apresurado. Lleva entre sus brazos una bolsa de papel por la que parece asomar una hogaza de pan y quizás un paquete de harina. Seguro que vuelve a casa tras conseguir algo de comer para los suyos.
“Ahí lo tiene amigo, es todo suyo…”. Tengo la vida de ese hombre en mis manos, en el gatillo de un rifle prestado. “No se me amaricone ahora, hágalo, no tenemos todo el día”. Estoy apuntado a su corazón, con un simple movimiento de mi dedo índice todo habrá acabado…Lo siento amigo. Quédese el dinero.
Nos marchamos de allí. El tipo no parece enfadado, cobrará de todos modos. Casi parece alegrarse, ¿un atisbo de humanidad? Quizás he superado la prueba que determina si mi lugar está en cielo o en el infierno. Me siento aliviado.
El hombre se aleja y entra en un portal. No se derramará sangre, al menos por mi parte. Puede que mañana no tenga tanta suerte. Puede que mañana otro “cliente” no tenga tantos reparos. Creo que he hecho lo correcto, me siento bien. Estoy contento por haber jugado a ser Dios y haber decido que ese hombre al menos hoy…vivirá.