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13 de marzo de 2007

Dualidad

Para muchos quizás parezca absurdo que un país se paralice por un venial evento deportivo, pero la realidad es que se vuelve a hacer patente unos de los rasgos que mejor identifican a la condición humana, la persistente necesidad del ser humano de dividir cualquier aspecto de la existencia en dos extremos. El resultado visible y simplificado es siempre obviar los matices, catalogarnos y posicionándonos en uno u otro bando. Izquierda o derecha, capitalismo o comunismo, ricos o pobres la conclusión es la inefable pertenencia del ser humano a uno de dichos extremos.

Si nos fijamos en la naturaleza, que dicen que es sabia, observamos que en la raíz misma de la propia existencia material, la identidad de cualquier elemento a nivel atómico viene determinada por tres extremos
elementales. Tres partículas básicas que en combinación conforman a la materia en sí misma.

Aplicar ese tercer elemento tan único y alejado de los demás pero equivalente, sería una tarea tan abstracta y compleja como imaginar un nuevo e inexistente color, pero en descubrirlo quizás esté ese vértice que nos dé el equilibrio que aún no hemos hallado y que nos mantiene enfrentados unos con otros desde los albores de nuestra civilización. Quizás el secreto esté en la armonía de los elementos más ínfimos y simples de la existencia, para que en su aplicación al menos rocemos con la punta de los dedos la sabiduría y equilibrio de la porción mínima de lo que estamos todos formados: neutrones, protones y electrones.

8 de marzo de 2007

País diagonal

La maldición de vivir en un país inclinado. En concreto inclinado 15 grados.
Cuando se camina por sus calles no se puede apreciar, puesto que también las personas están desviadas. Solo se percibe su cariz diagonal en virtud de un resguardo. En ese momento se puede comprobar que todo en el exterior está torcido sin el amparo de un parapeto. Es un mundo oblicuo de peinados extravagantes y vestimentas arrugadas. A veces creo que estoy soñando. Parece un sueño en el que todos los que me rodean han transformado sus rasgos, los reconozco, pero no son como antes; ahora son orientales de ojos llorosos que parecieran figurantes de un video musical de aquel hombre gris, y no gris por su carácter sombrío, sino gris de verdad. Un gris clarito como el color de estos días que sí son sombríos.

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Palmera Inclinada

En la apacible y temporalmente extinguida verticalidad, la facultad para volar de cualquier objeto dependía de la potencia con que fuera lanzado. En el cielo inclinado donde las nubes navegan a velocidad de vértigo muchos objetos vuelan, la capacidad de impedir que algo se eleve, es la fuerza con la que es sujetado. En un universo transversal el viento se lleva a las personas, a los árboles, al mobiliario urbano... se añora a que como antaño el viento solo se lleve a las palabras.

Gente inclinada

En las noches del país inclinado no se puede dormitar. Este sueño se trunca por el estrepitoso resonar de ventanas, los pavorosos alaridos provocan el sollozo de niños asustados que inundan la escasa quietud de la noche.

Mas gente inclinada

¡Oh viento!, viento purificador puedes marcharte. Que en tu gracia ya estamos limpios.
¡Oh viento!, vete lejos de aquí a purificar a otros que ya no te necesitamos.
¡Oh viento!, según los servicios meteorológicos tu tren va a salir, apresúrate lo vayas a perder.



6 de marzo de 2007

Intranscendencia

Llama poderosamente la atención la poca trascendencia, que se le da por los medios de comunicación, a algunas noticias que en principio deberían tener mayor relevancia. Grandes acontecimientos sin aparente interés mediático que solo gozan de escuetas reseñas en las publicaciones impresas. Eclipsadas por la última salida de tono de cualquier famosillo de turno y detallándolo para no peder detalles con grandes fotos a color, podemos encontrar en una esquinita del periódico que por ejemplo un equipo de científicos franceses devuelve la vista a siete perros ciegos. No hay un gran titular para que apreciemos como merece que el éxito de estos científicos supone una gran esperanza para miles de invidentes de todo el mundo que podrían recuperar la vista gracias a sus logros.

Hay otras noticias que en virtud del interés general ni siquiera aparecen en los medios. Si bien interesa el que fallece tras realizarse una liposucción, nadie le presta atención a un suceso preocupante como el aumento en el número de adolescentes que se lanzan al vacío desde una azotea y acaban con sus vidas. Parece no importar que cada vez más jóvenes decidan suicidarse y que solo se conozcan los casos en los que éstos lo hacen de un modo inevitablemente público. Ni tan siquiera llegamos a enterarnos de los que deciden abandonar este mundo de forma discreta.

¿Por qué elige alguien con toda una vida por delante y grandes problemas aparentes lanzarse al vacío?

Personas con físico de adultos y mente de niños. Hormonas en ebullición para los que el más nimio de los problemas es literalmente el fin de su existencia.

Quizás es tarea de los adultos enseñarles que la vida es más sencilla de lo que ellos creen. Que un suspenso no es fin del mundo y que no han perdido al amor de su vida por un simple desamor adolescente. Deberíamos hacer que aprendan a reírse de lo que ellos piensan que es un enorme contratiempo, igual que nos reímos al recordar el trauma de romperse aquel juguete y de lo tristes que nos pusimos porque aquel niño de cinco años que creíamos que era nuestro amigo no nos saludó. Hacerles entender que los problemas presentes serán igual de frívolos que los de la niñez cuando transcurran algunos años. Convencerles de que la vida es bella si la dejamos transcurrir.

Alguien sabio me dijo una vez:

- Si un problema tiene solución para qué preocuparse y si no la tiene ¿por qué te preocupas?

3 de marzo de 2007

Dos amigos. 2ª parte

Dos semanas estuvo el gato convaleciente de la terrible e ignominiosa castración. Durante la tercera semana se dedicó a sacar fuerzas de flaqueza para atreverse a volver a la calle por temor a las burlas a causa de su humillación. Si antes de aquel desgraciado suceso era bastante pesado, ahora que se pasaba la noche contándoles a los demás todos los detalles de la intervención se convirtió en un sujeto bastante insoportable.

Las gatitas mimosas no lo aguantaban, el único aliciente por el que lo aceptaron en su momento era el aliciente de conseguir unos cachorros con una buena herencia genética y dadas las circunstancias eso era algo que en la actualidad no podía ofrecer.

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Por donde iba era rechazado, ni tan siquiera en la tertulia de los gatos mayores lo acogían. Éstos tenían fama de conmoverse de los gatos desfavorecidos y ser buenos consejeros, pero fueron tantas las chulerías y las fanfarronadas, que no lo deseaban cerca mendigando compasión.
En esos acercamientos a los demás gatos siempre preguntaba por su amigo defenestrado. Desde el día que lo apartó de su lado no lo había vuelto a ver. Algunos decían que se había marchado a otra parte de la ciudad. Otros aseguraban que se había unido a una pandilla de gatos y gatas de un barrio cercano. Echaba de menos al que había sido su fiel compañero y que él expulsó de su vida sin misericordia.
Exhausto de no hallar a ningún gato que lo aceptara, terminó refugiándose en la que hasta aquel momento solo consideraba como el lugar en el que le daban de comer y una ventana soleada para dormitar. En los dos años siguientes permaneció en esa misma ventana mirando a la calle esperando tristemente que el azar le devolviera a ese amigo al que tanto extrañaba. Un buen día lo vio pasar por la puerta de su casa. Salió corriendo se abrazó a él con fuerza. El gato negro al principio no lo reconoció puesto que esa vida totalmente doméstica había hecho engordar sobradamente al siamés. Esté último le rogó que volviera a ser su compañero nocturno, le pidió perdón por su comportamiento y que le dijo esas cosas sin pensar.
Disculpándose, el gato callejero le dijo que no era posible, que aunque no le guardaba rencor tenía su propia vida y que, lamentándolo mucho, tenía mucha prisa en marcharse. A esa hora sacaban a tomar el sol los cachorritos que había engendrado con una gata doméstica de la calle de al lado. Le dijo que ya se verían por ahí, aunque el gato doméstico tenía la certeza de que esa jamás ocurriría.

El gato siamés volvió afligido a su hogar y allí permaneció sin salir hasta que en una mañana de invierno los dueños se lo encontraron muerto. Lo hallaron justamente en esa ventana en la que tanto aguardó al amigo que despreció y quién sabe si en su último aliento de vida aún lo esperaba.

Y es que en cualquier ámbito de nuestras vidas, el rechazo es un arma traicionera. La autoestima ganada a tenor de poseer la capacidad de expulsar de nuestro lado a aquel que no necesitamos, puede tornarse en amargura cuando en los malos momentos no lo tenemos cerca para consolarnos. Permitirnos el desprecio, con el tiempo nos hará comprobar que ya no somos necesitados por cerrar las puertas a cal y canto a los que solo pretendían nuestra amistad, nuestro amor o simplemente nuestro respeto; consiguiendo hacer añicos todo ese amor propio y sentirnos terriblemente solos, muy solos, por no haber concedido dejar, al menos, esas puertas entreabiertas.