Dualidad
Para muchos quizás parezca absurdo que un país se paralice por un venial evento deportivo, pero la realidad es que se vuelve a hacer patente unos de los rasgos que mejor identifican a la condición humana, la persistente necesidad del ser humano de dividir cualquier aspecto de la existencia en dos extremos. El resultado visible y simplificado es siempre obviar los matices, catalogarnos y posicionándonos en uno u otro bando. Izquierda o derecha, capitalismo o comunismo, ricos o pobres la conclusión es la inefable pertenencia del ser humano a uno de dichos extremos.
Si nos fijamos en la naturaleza, que dicen que es sabia, observamos que en la raíz misma de la propia existencia material, la identidad de cualquier elemento a nivel atómico viene determinada por tres extremos elementales. Tres partículas básicas que en combinación conforman a la materia en sí misma.
Aplicar ese tercer elemento tan único y alejado de los demás pero equivalente, sería una tarea tan abstracta y compleja como imaginar un nuevo e inexistente color, pero en descubrirlo quizás esté ese vértice que nos dé el equilibrio que aún no hemos hallado y que nos mantiene enfrentados unos con otros desde los albores de nuestra civilización. Quizás el secreto esté en la armonía de los elementos más ínfimos y simples de la existencia, para que en su aplicación al menos rocemos con la punta de los dedos la sabiduría y equilibrio de la porción mínima de lo que estamos todos formados: neutrones, protones y electrones.
Si nos fijamos en la naturaleza, que dicen que es sabia, observamos que en la raíz misma de la propia existencia material, la identidad de cualquier elemento a nivel atómico viene determinada por tres extremos elementales. Tres partículas básicas que en combinación conforman a la materia en sí misma.
Aplicar ese tercer elemento tan único y alejado de los demás pero equivalente, sería una tarea tan abstracta y compleja como imaginar un nuevo e inexistente color, pero en descubrirlo quizás esté ese vértice que nos dé el equilibrio que aún no hemos hallado y que nos mantiene enfrentados unos con otros desde los albores de nuestra civilización. Quizás el secreto esté en la armonía de los elementos más ínfimos y simples de la existencia, para que en su aplicación al menos rocemos con la punta de los dedos la sabiduría y equilibrio de la porción mínima de lo que estamos todos formados: neutrones, protones y electrones.