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16 de enero de 2007

Pezqueñines NO Gracias

Con pavor se descubre el regocijo gozoso y presuntuoso con el que algunos progenitores hacen del uso y abuso de sus hijos. En la recurrente fórmula de prosperar con los dones ajenos, se nos presentan previo pago a los genios del mañana. Las reinas del gracejo popular venden discos y pompones; instituciones deportivas con talonarios multimillonarios pujan por el niño prodigio del balón para concupiscencia del manager-papá que solo vela por el simple esparcimiento de su sobresaliente vástago. Incluso se comercia con las aptitudes deducidas de un genio del tapiz que se ocultan bajo el patrocinio de las buenas intenciones, transacciones mercantiles del inconsciente oficio y distinguido beneficio de los bosquejos de una criatura en pañales.

Oigamos a los que se atreven a hablar y en ellos se estampará la etiqueta de los celos. Serán víctimas del menosprecio por el simple hecho de criticar con estupor el circo de las deidades venideras por madurar. Se desestimarán sus apreciaciones por desaprobar a los que mancillan años de preparación necesaria, en virtud del estricto provecho pecuniario de sus congéneres.


Una niñez agraviada por un proxenetismo cualitativo, obra y gracia de una idolatría paterna filial, que forja ídolos de barro por el alivio orgulloso de la pesada carga de sus fracasos a través de sus hijos, avocándolos a la incertidumbre de tropezar con sus propias decepciones.


Talentos precoces a la fuerza, obligados al progreso de su supuesta naturaleza especial; infancias que precisan de la renuncia de su propia índole, la de ser niños corrientes con todas sus consecuencias. La razón suele ser otorgada o arrebatada por el despiadado tiempo, pero a veces es de sabios apelar a él.

12 de enero de 2007

Historias del grano de arena. # 8. La propuesta Lienchtens…¿berg?

Resulta interesante que la gente tenga inquietudes. Mentes en constante meditación que simplemente pretenden ofrecernos algo nuevo; y no me refiero a la recurrente idea tan típicamente española de colocarle un palo a algo que ya está inventado (véase la fregona y el chupa-chups), sino a un nuevo concepto o un maravilloso ingenio. Algo que mejore nuestra angustiada vida y nos aporte algo que en este estresante siglo tanto ansiamos, un poco más de tiempo que poder compartir con los nuestros y porque no decirlo dedicarnos más periodos de asueto para el disfrute personal.

La tesitura de ser el primero en atender a la idea que nos iba a solucionar este problema a todos puede llegar a ser, como decirlo, desalentadora.

Pasear en una jornada soleada de invierno es una experiencia muy aconsejable. Hay días que el sol calienta lo suficiente como para reducir el frío considerablemente, pero no tanto como para llegar a acalorarnos. De ese modo, un fantástico domingo de noviembre, deambulando e intentando pasar un rato agradable, me encontré con un amigo que estaba tomando un refresco en la terraza de un bar. Me quedé parado delante suya mientras él parecía muy atareado escribiendo unos números y unas anotaciones en una servilleta de papel. Al cabo de un momento y tras darme cuenta de su profunda abstracción, si no le decía nada nunca repararía en mí presencia, le dije bruscamente con pretensión de darle un pequeño susto:

- ¡Buenos Días!

Tras el lógico sobresalto, se me quedó un rato mirandome fijamente sin decir nada y con cara de sorpresa, cuando de repente contesta:

- ¡Eureka!
- ¿Cómo que eureka?, así es como se dan ahora los buenos días.

Volvió a quedarse pensando un momento hasta que volvió a hablar:

- No…eureka es porque acabo de desarrollar una propuesta que va a cambiar al mundo.
- ¡No fastidies! ¿Y cómo es eso?, le pregunté desconcertado.
- Pues eso, es que acabo de inventar una propuesta, la propuesta Lienchtensberg.
- ¿Lienchten… qué?
- Lienchten…berg, Lienchtenberg, si así es, me contestó con determinación.
- ¿Y quién es ese señor?
- No, no es nadie. Es inventado. Lo que ocurre es que propuesta Linchtenberg suena mejor que propuesta Rodríguez, me dijo con gesto resolutivo.
- Pues también es verdad, me mostré de acuerdo con él para seguirle la corriente.
- ¿Y en qué consiste?, he de reconocer que había despertado mí interés.
- Mira, te explico. Tú sabes que el día tradicionalmente se divide en tres bloques de ocho horas. Ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de sueño, con independencia de cómo los distribuya cada cual. Pues he desarrollado una propuesta para aumentar el tiempo. Veinticuatro horas me parecen insuficientes y necesitamos subdividir el día aún más, y las ocho horas de cada bloque se subdividen realmente mal…no lo neguemos.

Yo atendía con avidez.

- Pues mí idea consiste en que los días duren veintisiete horas.
- ¿Veintisiete horas?, le pregunté con los ojos como platos.
- Si, veintisiete. Mira, veintisiete horas se dividen fácilmente en tres bloques de nueve horas y además, nueve horas se dividen en tres bloques de tres. Es fantástico, se puede distribuir la jornada con más facilidad y disfrutar de más tiempo. Piensa en ello.

Me quedé un rato pensando sin saber que decirle, seguramente llevaba toda la mañana trabajando en tal insensatez, así que no quise ser demasiado brusco y acometí con delicadeza.


- No se, no se…no lo veo, creo que tu teoría está cogida un poco…con alfileres. ¿No has pensado en los relojes? Sobre todo los de esfera. Habría que tirarlos todos, además, ¿no quedaría un poco raro un reloj con trece horas y media?... ¿La medianoche y el mediodía sería a las trece treinta?

- La verdad que no había reparado en ese detalle…pero no pasa nada, se pueden reajustar los segundos en cada minuto hasta conseguir trece horas y media englobadas en doce, me dijo pensado mientras miraba al infinito e hizo ademán de ponerse a calcular.

Le quise interrumpir: - pero entonces el ajuste pierde todo el senti…me callé.

- No mira, la cuenta es sencilla, me dijo cavilando.
- Pero…escucha. ¿Tu no te has parado ha pensar en el movimiento de rotación de la tierra?
- ¿Cómo? Repíteme eso de lo de la rotación que no te he entendido bien.
- Pues mira, hice una pausa pensando como se lo iba a decir. Pues es que el día dura veinticuatro horas porque es lo que tarda este planeta en dar una vuelta sobre sí mismo. Eso sin contar lo que debe durar un año.
- Vamos a ver, ¿Qué quieres decirme que lo de las veinticuatro horas no esta puesto por poner?, preguntó incrédulo.
- Lamentándolo mucho tengo que responder que no está puesto por placer, le dije con cara de pena.
- Ufff, vaya palo me has dado, con lo contento que estaba por la idea.

Empecé a explicarle lo extraño que sería que al cabo de una semana tuviéramos que almorzar a las nueve de la noche y cenar a las cuatro de la madrugada. Que todos los días tendríamos que hacer nuestras tareas cotidianas a horas distintas, que podríamos pegarnos un madrugón por levantarnos a las siete de la tarde Todo ello a causa de que el tiempo, amaneceres y ocasos junto con demás “pequeñeces” seguirían abarcando veinticuatro horas diarias, eso sin contar lo singular de una navidad en mayo o un verano en octubre.

- ¿Estas seguro que eso no se puede modificar?¿Qué dicen los científicos al respecto?, dijo abatido.
- Lo siento, pero no, creo que eso no se puede cambiar. ¿Te imaginas convertirte en mayor de edad a los veintitantos?, ¿aparentar setenta años con solo cincuenta y poco por culpa de tu calendario?
- Creo que tienes razón, pensaba que era una buena ocurrencia, recapacitó con tristeza y permaneció en silencio un buen rato.

Su cara de desilusión era tan afligida como la de un niño al que le acaban de revelar que los Reyes Magos no existen. Me sentía culpable por destrozar su ilusión. Él pensaba que había descubierto el viejo sueño de la alquimia de convertir el plomo en oro y yo había venido solo para desbaratar su invención.

- ¿Sabes lo que te digo?, rompió el silencio. Que le den morcilla a Lienchtenberg.
- Eso, eso, que se fastidie, le dije con intención de alentarlo.
- ¡Tío!, ¿y porqué no secamos el Mediterráneo?...
- ¡Vamos hombre!, por Dios.

10 de enero de 2007

Maldad suprema

En otro tiempo, bajo ningún concepto podía entender como algunos padres maltrataban e incluso mataban a sus propios hijos, y si se trataba de un bebe de pocos meses la indignación y la repulsa eran aun mayores. La experiencia me hizo comprender y concebir tales actuaciones.

El límite entre la cordura y la locura a veces es frágil; todos tenemos una frontera de lo soportable que rompe nuestro equilibrio. La capacidad de sufrimiento es variable en cada uno de nosotros, hay quien no supera la muerte de un ser querido o queda traumatizado de por vida a causa de una mala experiencia. Otros tienen tanta fuerza moral, que por terribles que sean los golpes siguen adelante con una entereza admirable.

Un niño pequeño puede llegar llevarte a una desesperación extrema. Madrugadas en las que ya el cansancio físico y mental ha hecho mella, un bebe en brazos que no deja de llorar sin encontrar el motivo puede hacer que alguien con algún desequilibrio mental cometa una barbaridad. He llegado a entender que una persona enferma tire por una ventana a su bebe, pero al segundo se da cuenta de la atrocidad que acaba de realizar.

Cuando un individuo que asesina a sus hijos no muestra signos de desequilibrio y ni un ápice de arrepentimiento. Cuando además es premeditado o es a consecuencia de un maltrato físico habitual a un bebe que está totalmente indefenso, ese individuo representa la maldad suprema, la extrema vileza de arrebatarle la vida alevosamente a lo que en teoría más se ama.

¿Creen ustedes que existe un acto que se pueda considerar aún más infame?

8 de enero de 2007

El pacto

Intentando encontrar el éxito que hasta la fecha le había sido negado, un joven pintor no dudó tal que un Fausto cualquiera en hacer un pacto con el Diablo. Pero el Ángel de las Tinieblas que se sintió benevolente por un momento le propuso un trato. El tan anhelado reconocimiento le sería otorgado y el contrato firmado con sangre le concedía la oportunidad de salvar su alma si respetaba tres condiciones.

La primera condición le obligaba a que una hija del Diablo fuera su musa, la
musa, y que le acompañase constantemente durante el resto de su existencia terrenal, él no se separaría de ella en ningún momento. La segunda precisaba que la musa apareciera reflejada en toda su obra. La tercera condición le prohibía cualquier tipo de contacto carnal con la musa, aún incluso si ella se lo exigía. El artista accedió a respetar las cláusulas y rubricó el pacto.

El pintor nunca había visto mujer más bella que la musa y aunque conocedor de las limitaciones que para con ella había adquirido, no pudo evitar enamorarse perdidamente de ella.

El éxito no se hizo esperar, tras el contrato firmado con el maligno ya desde el primer cuadro la crític
a y el público elogiaba el retrato de aquella mujer tan misteriosa como embriagadora. Fuera la musa paseando por una campiña o una sirena en la blanca arena de una playa lejana, cada obra era calificada como una obra maestra que al pintor le era generosamente repercutido económicamente. A los dos años el “sublime creador” como ya le habían denominado poseía una pingüe fortuna, pero permanecer constantemente junto a su intocable amada hacía de su vida algo insoportable.

Una fría noche de invierno mientras el artista dormía, la musa se introdujo en su cama y lo despertó con un dulce beso. Aquella noche el pintor quebrantó la tercera cláusula del contrato. Sabiéndose condenado, los años siguientes permaneció junto a su amor que hasta aquella madrugada era obligadamente platónico y la pintura ocupó un lugar secundario. Fruto de esta unión nacieron tres hijos y durante varias décadas vivieron felices hasta que llegó el día que en un principio él tanto temía, el de su muerte.

En un abrir y cerrar de ojos el pintor se vio frente al Diablo que reía con voluptuosas carcajadas. El demonio se regocijaba del fracaso del artista y se jactaba de cómo había desaprovechado la oportunidad de una vida de éxito y una eternidad apacible. El pintor le contestó que estaba contento por la situación. Le dijo que la musa, su musa, por su condición de hija de Satán volvería al regazo de su padre al morir y así volvería a su lado. Que prefería una inmortalidad de agonía junto a su amor y que el autentico infierno hubiera sido una vida sin ella. Que lo volvería a hacer una y mil veces si tuviera la oportunidad y que así y solo así el pacto había merecido la pena.

Y es que en ocasiones nuestra percepción nos conduce a la búsqueda por alcanzar sueños que en realidad no son los más deseados. Nos conduce por caminos equivocados que a veces nos hacen ver que lo que en un principio parece ser accesorio, es lo que da realmente sentido a nuestra existencia aunque suponga renuncia y sacrificio
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