En compañía de un buen amigo de mi generación, ya hemos superado ambos los veintidiez, conversábamos en referencia a una entrada de esta bitácora de hace un días. Él me comentaba que le parecía un poco excesiva la afirmación de que el sexo ya no es ningún misterio para los adolescentes, y opinaba que la visión de éstos con respecto al erotismo debía ser más o menos la que teníamos nosotros a su edad.
Por gracia y efecto de un mecanismo neuronal tan curioso como es la asociación de ideas, recordé algo que me aconteció en una ocasión y le narré este esclarecedor documento:

NOTA: Esta historia es verídica y aunque contiene palabras y expresiones malsonantes impropias del autor, se transmite tal y como ocurrió. Se advierte que contiene un lenguaje soez no apropiado para menores; aunque en vista de las circunstancias quién sabe…
El cuento de los niños que ruborizaron al adulto que creía que lo había visto todo
Cuando viajo en autobús urbano me aplico dos normas. La primera es la de no sentarme nunca, por aquello de dejar los asientos libres para aquel que lo necesite más que yo; y la segunda es situarme al final de éste en la medida de lo posible. En una lluviosa tarde-noche de invierno y siguiendo estas dos premisas básicas, subí al bus me dirigí a esa zona al fondo del bus donde está la puerta de salida y las personas esperan para apearse cuando está próxima su parada.
En la parte trasera de estos vehículos, como norma general, los viajeros van sentados en sentido contrario a la marcha, y, en esta ocasión, un chico y una chica, aparentemente pareja, viajaban perfectamente acomodados en estos asientos. Aunque no soy cotilla por naturaleza, a veces es inevitable escuchar conversaciones ajenas, sobre todo a un metro de distancia y en un autobús casi vacío y relativamente silencioso.
Los adolescentes iban hablando de temas veniales, ella que si su amiga Jenny era una cabrona y él que si le iba a partir la boca a aquel compañero de clase que no lo había dejado copiar en un examen, cuando después de un lapso de tiempo de aparente meditación del muchacho, le pregunta a la chica:
- ¿Cuál crees que es tamaño ideal de la polla?
Yo hasta ese momento no prestaba atención a lo que hablaban, pero la cuestión que éste le había planteado a la chavala despertó mi interés. La muchacha tras permanecer pensativa durante unos segundos respondió.
- Así, dijo indicando con los dedos índices de ambas manos aproximadamente unos veinte centímetros.
- Pero ¿eso cuanto es?, insistió el chaval.
- Pues dieciocho centímetros, si, dieciocho centímetros es el tamaño perfecto, aseveró con rotundidad.
- ¿Y por qué dieciocho centímetros?, le cuestionó el chaval.
- Porque a mí me gustan las pollas grandes, pero si lo es demasiado puede hacer daño y a mi me gusta follar cómodamente.
¡Joder con la niña!, pensé yo.
Después de un momento, el chico, supongo que dándose cuenta que no cubría las expectativas, tras lo que parecía una especie de cálculo mental le dice:
- Vamos a ver, el mes que viene cumplo quince, pero todavía me tiene crecer, al menos hasta los veintiún años, yo creo que llego, afirmó. La novia lo miró con gesto de “…si tú lo dices”.
Durante un rato permanecieron callados, mientras, el muchacho jugueteaba cariñosamente con los labios de ella con el dedo índice, cuando de repente la chica se lo introduce entero en la boca con claras connotaciones sexuales, a lo que el novio le vuelve a preguntar:
- ¿Cuánto te cabe?
- ¿Cómo?
- ¿Qué de que tamaño te cabe en la boca?, le concreto la pregunta.
- Como la tuya me caben dos, contestó.
- ¿Dos?
- Si, ¡dos!, le dijo un poco molesta. Como la del “mulo” solo me cabe una, pero como tu polla me entran en la boca dos.
Este humilde servidor que estaba anonadado por la actitud que mostraban con respecto al sexo estos dos adolescentes, sobre todo ella, suponía que el “mulo” era un amigo común, y dado el cariz de la conversación, el apodo no le venía otorgado por su fortaleza física sino más bien era una cuestión de tamaño.
- Pero ¿eso es importante?, preguntó el chico.
- ¿A que te refieres?¿Si prefiero comerme un pollón enorme o comerme a la vez dos cipotes más pequeños?
- No, mujer, me refería mas bien qué como no tengo una polla como las que a ti te gustan…, dejó la pregunta en el aire.
- No te preocupes, no pasa nada, no todo el mundo puede tener un nabo gigante. La muchacha tranquilizó al novio.
- Acuérdate lo que te acabo de contar de los veintiuno, le volvió a recordar el chaval que aún le tenía que crecer.
En ese momento había llegado a mi parada y debía bajarme, dejando a los tortolitos hablando “románticamente”. Yo que pensaba que ya sabía todo lo que tenía que saber acerca del sexo, seguramente si no hubiese llegado a mi destino, la chavala me habría aleccionado sobre un par de cositas referentes al coito anal. Que cosas.
Mi amigo, tras el relato que les acabo de transmitir durante un momento quedo absorto; tras un minuto de razonamiento profundo me puso la mano en el hombro y me dijo apesadumbrado:
- Tío, ¿nosotros por qué no nacimos en el año 1.992?