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19 de noviembre de 2008

La plaza del Vínculo

Érase que se era una ciudad que en su concepción fue diseñada y construida para que sus ciudadanos y visitantes tuvieran una vida más fácil. Era una ciudad monumental, pero no monumental arquitectónicamente, sino pequeña y nueva, de edificios de reciente construcción y perfectamente catalogada y ordenada, cuya grandeza residía en conformar un lugar que albergara todo el conocimiento conocido. Sus constructores pensaron que conformar un espacio que recogiera lo mejor de cada casa, las excelencias de cada país y la sabiduría de sus más ilustres ciudadanos haría que los habitantes de esta nueva ciudad fueran más cultos, cabales y tolerantes.

En los albores de aquella pequeña gran ciudad los que allí vivían lo hacían felices y en continuo aprendizaje, todo era nuevo y espléndido, un descubrimiento diario, grandes lugares donde acudir. Un buen día sus habitantes se dieron cuenta que ya habían aprendido todo lo que este lugar les podía enseñar y paseaban sin saber qué hacer ni a dónde ir, tener todo el conocimiento del mundo vagando sin un rumbo que seguir ya no resultaba tan atractivo.

Todos los caminos conducían a Roma en aquella ciudad. Al Deambular sin motivación ni dirección se desembocaba en una plaza grande y céntrica, sin árboles, sin monumentos, casi sin construir. La gente se congregaba allí en silencio, no había nada que decir porque lo contado ya había sido vivido por todos los que allí habitaban.

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Paso el tiempo, todo había sido dicho y las opiniones habían sido forjadas. La nueva y flamante ciudad con su plaza sin nombre ya no tenían nada que ofrecer a sus ciudadanos. Éstos empezaron a plantearse abandonar aquel lugar y se fueron marchando, primero de la plaza, y, luego de la ciudad, poco a poco, despacio, como el que se marcha por culpa de un amor desdeñado esperando que lo detengan en el último momento, resignados pero reticentes a abandonar.

De repente alguien gritó y aquellos habitantes hastiados de no ver saciada su necesidad de un conocimiento con consecuencia se giraron para ver lo que pasaba. Vieron como un hombre empezó a hablar a la gente. Subido en una caja de madera todos lo escuchaban atentos, intrigados; alguien se atrevía a expresar su visión sobre la vida, sus opiniones, sus inquietudes. A pocos metros una mujer se alzó en otra caja de madera y también comenzó a hablar. Una extraña excitación envolvió a todos. Algunos era capaz de ofrecer nuevo contenido a aquella ciudad que se encaminaba vertiginosamente a convertirse en el vestigio de una antigua civilización. En lo que parecía la muestra decadente y decrépita de una nueva metrópoli romana de finales del siglo XX, alguien se dio cuenta que podía aportar algo para evitar que aquella prometedora ciudad muriera.

Se multiplicaron las cajas de madera donde se narraban bonitas historias, mantenían a los demás al tanto de las últimas tendencias, cine, literatura, informaban sobre lo que pasaba en el mundo desde su particular punto de vista, con espíritu independiente, sin coacciones, sin partidismos. Algunos podían estar de acuerdo, otros no, pero todos eran libres. A aquel espacio se le llamó La Plaza del Vínculo. En poco tiempo las voces que allí se elevaban llegaron a todos los rincones de aquella renovada ciudad. Muchos fueron llegando a la Plaza desde todos los rincones y una gran afluencia de espectadores pasivos se congregaba a diario para escapar del punto de vista encorsetado y vetusto al que hasta ahora estaban acostumbrados. Era una ciudad frenética que imponía cambios a velocidades de vértigo, tanto que los pocos meses las cajas de madera fueron sustituidas por pedestales de hormigón y mármol y a los nuevos iconos de la información los denominaron “Generadores Urbanos de la Razón Umana”, humana sin “h”, porque tal era su influencia que hasta cuestionar la importancia de la ortografía era factible. La muchedumbre los seguía y sus nombres fueron relevantes incluso fuera de una ciudad que hasta la fecha era hermética y distante.

Los “Generadores” eran personas como las demás pero con el inestimable don de ser escuchados y tenidos en cuenta por el resto. La condición humana, con “h”, es invariable en cualquier parte del mundo, y, como en cualquier parte, la condición de los “Generadores” no distaba mucho de cualquiera que observa como de un día para otro deja de ser un personaje anónimo y se convierte en una celebridad, en minúscula, pero celebridad en lo que ellos consideraban el nuevo “Orden”; como cualquier político asentado en el poder muchos pensaban que su palabra era ley y verdad irrefutable y sus alocuciones empezaron a dedicarse en exclusiva a ensalzar al “Orden” y a ensalzarse ellos mismos.

Un buen día mientras un “Generador” disertaba sobre la decadencia de la civilización occidental, como casi todos los días, una chica saciada de la clase magistral impartida una y otra vez empezó a hablar con la persona que tenía al lado. Era una conversación sin relevancia especial, podríamos decir que casi hablaban del tiempo. La gente alimentada por el hartazgo que inyecta siempre la misma alegoría comenzó a escuchar lo que aquella chica decía. Casi sin querer unos y otros conversaban con los que estaban próximos a ellos y se generaron pequeños grupos al margen del “Generador”. Día tras día las personas que antes se reunían en la Plaza del Vínculo para ser aleccionados formaban comunidades de mayor o menor tamaño en el que compartían intereses y opiniones, saltaban de una comunidad a otra y, de vez en cuando, se detenían a escuchar lo que el “Generador Urbano de la Razón Umana” tenía que decir aquel día. Esta circunstancia disgustaba sobremanera a la mayoría de los “Generadores” dado que ellos cedían parte de la trascendencia ganada en virtud de la opinión global y temían que aquello era el principio del fin de la Plaza del Vínculo.


metamorfosis.

(Del lat. metamorphōsis, y este del gr. μεταμόρφωσις, transformación).
1. f. Transformación de algo en otra cosa.
2. f. Mudanza que hace alguien o algo de un estado a otro, como de la avaricia a la liberalidad o de la pobreza a la riqueza.
3. f. Zool. Cambio que experimentan muchos animales durante su desarrollo, y que se manifiesta no solo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida.

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La transformación fue óbice para que muchos “Generadores” abandonaran; qué sentido tenía hablar si ya no iban a ser escuchados con la atención con la que la gente lo hacía antes, su ego fue asaltado. Para otros aquello era una buena idea y se unieron y apoyaron aquel nuevo Orden en el que todos creaban y todos participaban.

Sentado en su pedestal un “Generador” se lamentaba de la destrucción de la Plaza, que aquello no era lo que habían creado, que…

- Solo tienes que encontrar dentro de ti algo nuevo que contarnos y te escucharemos –replicó un muchacho que se había detenido a oír sus sollozos-.

- Pero esto ya no es lo que era, todos opinan y tienen un lugar; ya no es lo mismo.

- Claro que es lo mismo, pero aún mejor…

- ¿Seguro? –dudaba el “Generador”-

- No lo sé con certeza y no te creas nada de lo que te diga. Yo no soy más que un simple “cuentacuentos”.

3 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

la historia se voltea al final, interesante historia, primero pensé que terminaba después me di cuenta que sólo era el iniciuo, y esos Generadores ??qué locura, increíbles, y todo ese mundo ficcional creado para llegar finalmente a buscar y encontrar algo: que el hombre sea escuchado y comprendido, me gustó, un beso

Belén dijo...

Me parece maravillosa la historia, querido... sobre todo cuando aparece la opinión, si es que los humanos somos la leche, vamos, siempre tendremos que hablar :)

Besicos

cuatropelos dijo...

En realidad trata sobre al más cercano de lo que os creeis X·D

Saludos.