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16 de septiembre de 2008

Insurgencias

Entre grandes montañas se ubicaba un pueblecito de casas humildes y gentes tranquilas. Esta pequeña población la regentaba el representante de un malvado dictador que imponía las normas que a su antojo disponía, y, trasladaba a todos los rincones de su tiranizado país por medio de delegados como el que habitaba dicho pueblecito.

Vivía allí un pastor de ovejas que a duras penas podía mantener a su familia. Con el sustento de lo que el ganado generaba y el poco dinero que conseguía de la venta de quesos y carne de oveja era suficiente para vivir, pero los impuestos que les exigía su omnipotente tirano les obligaba a una subsistencia penosa. Aún así se consideraba afortunado por tener un lecho en el que descansar y una esposa y unos hijos a los que amaba y le hacían sentirse amado.

Un buen día, mientras volvía tras dos semanas de pastoreo y con la alegría e inquietud por llegar a casa, vio desde lo alto de una colina como su pueblo ardía en llamas. Se habían oído rumores de que un ejército salvador les iba a liberar del tirano, pero en lugar de libertad, se encontró con que aquel ejército que había despertado entre los lugareños la confidente esperanza de un futuro mejor había bombardeado y asesinado a fuego y cuchillo a todo aquel que se encontró en su camino. Contempló horrorizado los cadáveres de sus vecinos en las calles y las casas destruidas.



El mayor dolor que pueda sufrir un ser humano lo halló junto a los restos de lo que antes era su hogar. Bajo los escombros yacía su familia sepultada El precio de la ansiada libertad fue la muerte de gente inocente y la más absoluta destrucción. Así la libertad no compensa.

Durante tres días y tres noches permaneció el pastor junto a la tumba de su familia. Lloraba sin consuelo y sus lamentos resollaban toda la noche los restos de lo que había sido su pueblo. Sin comer, sin beber, solo esperaba morir allí junto a los suyos y encontrarse con ellos en el paraíso. El cuarto día se le acercó un hombre y le preguntó:

- ¿Quieres morir?
- Con todo mi corazón –respondió el pastor-
- ¿Te gustaría que los que te han hecho esto compartieran contigo parte de tu dolor?
- Eso no es posible.
- Si estás dispuesto a morir, acompáñame y los culpables sentirán en sus carnes lo que tú estás sintiendo.

Aquel hombre lo llevó a un lugar remoto en el que se encontró con hombres y mujeres, que como él, lo habían perdido todo gracias al ejército liberador. En sus caras se podía ver el sufrimiento. Algunos vagaban ausentes, otros se lamentaban y una parte de ellos gritaban consignas de venganza.

Varios días después y ras un largo viaje en coche junto a otros dos hombres, llegó el pastor a una gran ciudad en la que nunca había estado. Le pusieron un chaleco con explosivos y le explicaron que dentro del gran edificio que tenía frente a él, estaban los responsables de su tragedia. Le dijeron que era el momento de que los culpables pagaran y que cuando pulsara el botón volvería a encontrarse con la familia que tanto amaba. Aquél hombre entró en el edificio y con la gratificante sensación de que no tenía nada que perder y mucho que ganar apretó el pulsador.



Un sargento y un capitán del ejército liberador examinaban los desperfectos producidos por la explosión. El sargento estaba indignado y sin comprender el por qué de aquella destrucción gritó enfadado:

- No sé lo que quiere esta gente. Venimos a salvarlos del dictador y nos lo pagan con bombas. Nunca acabará esta guerra por culpa de los malditos insurgentes.

El capitán respondió:

- Pobre e inocente sargento. ¿Acaso no te das cuenta que mientras seguimos arrasando pueblos y asesinando inocentes en busca de supuestos “insurgentes” conseguimos fabricar más “insurgentes” que justifique nuestra permanencia aquí y así seguir expoliando y robando sus recursos?

...Pobre e inocente sargento.


3 comentarios:

Café con Agua dijo...

Genial relato y genial moraleja...
Eres un genio escribiendo lo que pasa por tu cabeza compañero!


Saludos.

Mond dijo...

Me recordó a la película "El Reino" (The Kingdom) con Jamie Foxx.

Hermosa redacción, tus letras hablan por sí solas.

cuatropelos dijo...

Gracis por vuestros comentarios.

PD.: Café, si fuera un genio no iría todos los días a donde tu sabes que voy ¿no?