Rescate inesperado
¿Qué es lo que pasa?...es una señorita en peligro. Por lo inquietante de la pasmosa tranquilidad en la respuesta, cientos de pequeñas y desconcertadas bocas se preguntan que es lo que esta ocurriendo allí. Por qué miran al tejado de aquel edificio y contemplan como aquella mujer va a caerse desde veinte metros sin que nadie muestre el menor atisbo de intención en ayudarla. Para qué los han llevado allí, por qué hay tanta gente.
De repente, en lo alto del edificio, una figura vestida de rojo y azul emprende un peligroso descenso por la fachada con el firme propósito de salvar a la mujer. Las caras de sorpresa no se hacen esperar, es él, es Spiderman.
Con el temor infundido sobre un riesgo que creen cierto, observan las evoluciones del hombre araña en tan inesperado rescate. Consigue llegar hasta la cesta metálica en la que una aterrorizada víctima espera la llegada del superhéroe y así culminar una bajada triunfal en brazos de aquel señor disfrazado. Alentado por la manifiesta euforia del sector infantil que allí se congrega, se acerca a su público.
Carreras, fotos, autógrafos, una autentica locura. Pero la emoción y las sonrisas nerviosas por ver en persona a su héroe lo vale, siempre lo vale.
Entonces nos percatamos que, para los niños, aquel equilibrista elegido para representar un papel, no es un personaje de ficción, para ellos es el verdadero Spiderman. Que como en el día de Reyes Magos nos contagiamos de su ilusión, por un momento compartimos con ellos la certeza de estar contemplando como un autentico superhéroe ha salvado a una pobre señorita. Ya no se preguntan el por qué de su presencia en ese lugar. No sospechan que todo estaba preparado, ¡Es Spiderman! y con ello la argucia publicitaria ha funcionado. Pero no importa, recordar con los más pequeños este día es lo importante. En ese momento nos damos cuenta de lo que es real y de lo que no lo es. En ese momento comprendes que mientras ellos crean en él siempre será real, lo han visto y eso nada lo puede cambiar.
Mientras nos marchamos reparamos en que ya no creemos en las hadas, con pesadumbre nos asola una terrible realidad, darnos cuenta de que sin polvo de hadas nunca jamás volaremos. Los miras a los ojos y en el brillo se refleja la emoción de haber vivido algo mágico. Es justo en ese momento en el que tenemos la única y real certeza de que en el brillo de sus ojos radica el secreto, sabemos que mientras ellos crean en la fantasía será lo único que necesitaremos para seguir volando, su ilusión.
De repente, en lo alto del edificio, una figura vestida de rojo y azul emprende un peligroso descenso por la fachada con el firme propósito de salvar a la mujer. Las caras de sorpresa no se hacen esperar, es él, es Spiderman.
Con el temor infundido sobre un riesgo que creen cierto, observan las evoluciones del hombre araña en tan inesperado rescate. Consigue llegar hasta la cesta metálica en la que una aterrorizada víctima espera la llegada del superhéroe y así culminar una bajada triunfal en brazos de aquel señor disfrazado. Alentado por la manifiesta euforia del sector infantil que allí se congrega, se acerca a su público.
Carreras, fotos, autógrafos, una autentica locura. Pero la emoción y las sonrisas nerviosas por ver en persona a su héroe lo vale, siempre lo vale.
Entonces nos percatamos que, para los niños, aquel equilibrista elegido para representar un papel, no es un personaje de ficción, para ellos es el verdadero Spiderman. Que como en el día de Reyes Magos nos contagiamos de su ilusión, por un momento compartimos con ellos la certeza de estar contemplando como un autentico superhéroe ha salvado a una pobre señorita. Ya no se preguntan el por qué de su presencia en ese lugar. No sospechan que todo estaba preparado, ¡Es Spiderman! y con ello la argucia publicitaria ha funcionado. Pero no importa, recordar con los más pequeños este día es lo importante. En ese momento nos damos cuenta de lo que es real y de lo que no lo es. En ese momento comprendes que mientras ellos crean en él siempre será real, lo han visto y eso nada lo puede cambiar.
Mientras nos marchamos reparamos en que ya no creemos en las hadas, con pesadumbre nos asola una terrible realidad, darnos cuenta de que sin polvo de hadas nunca jamás volaremos. Los miras a los ojos y en el brillo se refleja la emoción de haber vivido algo mágico. Es justo en ese momento en el que tenemos la única y real certeza de que en el brillo de sus ojos radica el secreto, sabemos que mientras ellos crean en la fantasía será lo único que necesitaremos para seguir volando, su ilusión.
4 comentarios:
esa inocencia infantil es maravillosa y mágica. Por eso me da tantísima pena ver tanta inocencia rota en algunos mundos. Es tan bonito dejarse llevar por los juegos y los pensamientos infantiles de vez en cuando...
No necesitamos polvo de hadas para creer. El hecho de que existe la fantasía y ésta nos permite lanzarnos de un edificio, volar en un dragón, pelear contra un caballero armado cuando nosotros queramos es lo que hace que películas con personajes como éste nos llamen la atención. Claro que los niños tienen mucha fuerza en que creamos en el poder de la fantasía, pero está en nosotros entender cómo y para qué funciona.
q maravilloso seria tener siempre 5 años em
El que pisotea la ilusión de un niño, debería cumplir condena.
Besos, cuatropelos!!!
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