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16 de abril de 2007

Señor sonrisa.

Érase una vez un hombre que tenía una familia normal, un trabajo normal, unos amigos normales y básicamente lo que solemos denominar una vida normal. Como contrapunto a esa existencia sin lugar a dudas corriente, este hombre siempre llevaba una mascara. Nadie sabía por qué la llevaba ni el verdadero aspecto del que la portaba. Lo único que aquella careta de agradable sonrisa permitía mostrar eran unos grandes y tristes ojos azules.

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Por carácter afable y su afán en evitar cualquier tipo de conflicto con su familia normal, en su trabajo normal, con sus amigos normales y básicamente en cualquier aspecto de lo que denominamos su vida normal, no tardaron en apodar a ese hombre el señor sonrisa, dado que daba por zanjado cualquier asunto y sin discusión, mostrándoles a todos el amable gesto de aquella máscara acompañado con una ligera reverencia.
La gente se aprovechaba de su carente combatividad. No importaba si era una discusión sin trascendencia o era amonestado injustamente, él siempre ponía la otra mejilla en el gesto sonriente de su disfraz y así fue durante varios años. Años de cafés fríos y trabajos extra sin sublevación.
A sabiendas de la certeza de una guerra ganada, un mal día un jefecillo malicioso se aprovechaba de tal circunstancia para abusar y humillar sin contemplaciones del señor sonrisa. Este como tantas y tantas veces, mostró su sonrisa en reverencia y de ésta cayó al suelo, y, no se levantó. Había muerto.

muerte.

(Del lat. mors, mortis).
1. f. Cesación o término de la vida.
2. f. En el pensamiento tradicional, separación del cuerpo y el alma.
3. f. muerte que se causa con violencia. Lo condenaron por la muerte de un vecino.
4. f. Figura del esqueleto humano como símbolo de la muerte. Suele llevar una guadaña.
5. f. Destrucción, aniquilamiento, ruina. La muerte de un imperio.
6. f. desus. Afecto o pasión violenta e irreprimible. Muerte de risa, de amor.

Diccionario de la Real Academia Española

Se puede morir de diferentes maneras, pero en esta ocasión era una de esas muertes, que según los rumores, la gente calificaba, como en los noticieros, en extrañas circunstancias. Su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales lloraban a lo que básicamente denominamos un cadáver normal, pero con sus exámenes rutinarios los forenses no podían precisar la causa de la defunción y decidieron mirar en su interior. Quedaron perplejos al comprobar que sus entrañas estaban terriblemente marcadas con cientos de cicatrices. En su corazón se podían observar decenas de llagas abiertas, una grande que casi lo partía en dos fue la que le mató según los forenses.
Durante días estuvieron investigando sin éxito las posibles causas que podrían haber producido tales heridas. Su muerte era tan misteriosa como el motivo por el cual llevaba aquella máscara y sin encontrar un motivo aparentemente razonable de por qué había muerto, cerraron el expediente y lo procedieron a su inhumación.

La sepultura era presidía por desventurada lápida en la que únicamente rezaba un escueto “señor sonrisa” con una réplica de la máscara grabada en la gran piedra de granito. Todos acudieron al enterramiento, su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales, cuando antes de terminar el acto de entre el gentío apareció un niño que con un pequeño martillo y un pequeño cincel se acercó a la desolada e incompleta lápida y empezó a golpear. Si fue dura e insólita la pérdida de aquel hombre normal que básicamente siempre tuvo un gesto amable en cualquier circunstancia, más desconcertante era la inscripción que aquel niño plasmó en la fría roca: Aquí yace un hombre que prefirió mil veces verde, que una rojo. Entonces todo empezó a cobrar sentido, con su máscara había decidido ocultar a todos sus sentimientos y opiniones. Con ella ahogaba una discusión desagradable o un mal gesto, pero con su actitud, el veneno acumulado durante años por no permitir liberarse, ni tan siquiera con un simple grito de rabia, lo había matado.
Un asfixiante sentimiento de culpa asoló a los que allí se hallaban por no haberse dado cuenta antes de las autenticas intenciones del señor sonrisa. Sentían que lo habían estado apuñalando inconscientemente durante tanto tiempo sin reparar que lo asesinaban poco a poco. Decidieron que en su honor todos llevarían una máscara con una enorme sonrisa. Su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales y básicamente lo que denominamos un entorno normal, determinó que con este disfraz se acabarían los malos modos, que todos serían felices. De repente el niño que había tallado aquel epitafio a golpe de martillo, destacó sobre los gritos de euforia de los asistentes un llanto amargo:
- ¿Acaso aún no os habéis dado cuenta que son las máscaras las que nos envenenan hasta matarnos?

10 comentarios:

Susana dijo...

y que razón tienes...yo usé una mascara 8 años, una que no era mi mascara de payaso, una que destruyo mi opinión, mis ganas de vivir, mis ilusiones...las mascaras son como si pusieras a una rosa cuando se está abriendo un vaso encima, y le impides que lo haga...o rompes el vaso o te mueres...me encantó el relato, aunque es jodidamente duro, pero es es una realidad...

Anónimo dijo...

No recuerdo en que peli lo decian pero es totalmente aplicable al caso: "Las mascaras son como el culo... todo el munto tiene uno"

kutxi dijo...

Te ha quedado de vicio la historia. A veces está bien ponerse la máscara para no preocupar a los que te quieren, por ejemplo. Pero sólo a veces.

cuatropelos dijo...

La verdad es que a veces es recomendable ponersela, pero como dicen las autoridades sanitarias: El uso abusivo de este medicamento puede producir adicción y graves perjuicios para la salud X·P

Norma dijo...

Hola Cuatropelos!!!

Eres el Esopo del s. XXI :)

Ves, yo igual me muero de una úlcera o de un infarto, por ir siempre tan acelerada, pero de un ataque de caretismo imposible. Soy sincera hasta el extremo de ser borde a veces. Lo siento por los que les toca recibir, aunque, si no me provocan, soy muy pacífica.
Grrrrrrrr, guau, guau!!!!!

Anónimo dijo...

Cuatropelos......Creo que la persona debe de ser tal como es, y siempre pero siempre hacer lo que tu corazon te pida.
La vida tiene muchos matices y es muy maravillosa, para que llevar una mascara.

saludos lulu(esposa de Ruben)

flatt dijo...

pienso como Lulu, no es nada sano ir con una máscara por la vida. Si un día te sientes triste, ¿para que fingir alegría si lo que tienes es ganas de llorar?? Vendrán tiempos mejores en los que hartarse de reir!

cuatropelos dijo...

Os imaginais un mundo de enmascarados, sería bastante aburrido y bastante reprimido. Estoy de acuerdo con vosotras.

Por cierto, bienvenida lulu :·D

Joe dijo...

Jodías máscaras,

mira que a veces nos cuesta pedir ayuda, decir "eso no me ha gustado" o hacer un llamada cuando tienes ganas de charlar, en vez de eso, mascarita al canto, jarl!

Ojo avizor señores!

cuatropelos dijo...

Bienvenido aggtoddy :·D

Alguien me contó que los japoneses viven constantemente con mascaras y no pide ayuda, no se quejan y cuidan mucho el momento de chalar con alguien entre un millón de cosas por el estilo. Curioso ¿verdad? X·D