Historias del grano de arena. # 11. Pistolas y rosas
Es curioso como el tiempo difumina nuestros recuerdos y que hechos recientes los vuelvan a sacar a flote. La primera vez que me apuntaron con una pistola tenía diez años; un acontecimiento que pudo acabar con un final trágico, -cualquier infortunio es más aciago cuando hay niños de por medio- acaba convirtiéndose al cabo de los años en una simple anécdota que se cuenta con una sonrisa en los labios.
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En mis tiempos, con diez años eras sumamente inocente, tanto como el mundo en el que vivía. Ahora, la sobre-información que continuamente nos bombardea minimiza la inocencia a lo que para el consumo es sustanciosamente rentable. No importa si nuestros niños conocen perfectamente qué es la muerte y el sexo, pero interesa que sigan creyendo en los reyes magos, que mickey mouse es un sujeto real o en cualquier personaje que para su disfrute demande de los padres abonar su ambicionado beneficio económico. Cuando yo era pequeño los malos solo habitaban en las películas del oeste y eran los únicos que llevaban revolver. Contemplar como un perturbado armado te exige a punta de pistola que vuelvas a casa no es una experiencia grata para un niño de diez años.
Los críos son una caja de sorpresas. Si en vez de entrar en aquel bar y escondernos bajo una mesa hubiésemos advertido a los adultos de aquel hombre de la pistola, quizás ahora no sería una simple experiencia. Quizás con ese silencio evitamos que alguien saliese herido o incluso muerto por la tan tristemente célebre herida de bala. Actos inconscientes que en apariencia son equivocados pero que resultan ser la opción más correcta.
Preferiría acordarme de lo que comí ayer antes que recordar vivencias desagradables, pero no funciona así. Irremediablemente estoy condenado a recordar de por vida con total exactitud en ambas ocasiones, es ese pellizco en el estómago que dificulta la respiración y la sensación de cómo un sudor frío recorre todo el cuerpo producto de la adrenalina. El terror y el desamparo que se siente al comprobar que impotente estás sujeto a los caprichos de un loco. Pudo ser una noche de pistolas y rosas, la pistola que mata y las tristes rosas de duelo. Todo se convierte en una anécdota cuando no sucede nada irremediable.
¿Ambas ocasiones?
La memoria es misteriosa. A veces hechos relativamente recientes se recuerdan con menor detalle que los que ocurren en nuestra niñez. No puedo asegurar con exactitud si tenía dieciocho o diecinueve, quizás incluso veinte años la segunda vez que me apuntaron con una pistola…pero eso ya es otra historia.
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En mis tiempos, con diez años eras sumamente inocente, tanto como el mundo en el que vivía. Ahora, la sobre-información que continuamente nos bombardea minimiza la inocencia a lo que para el consumo es sustanciosamente rentable. No importa si nuestros niños conocen perfectamente qué es la muerte y el sexo, pero interesa que sigan creyendo en los reyes magos, que mickey mouse es un sujeto real o en cualquier personaje que para su disfrute demande de los padres abonar su ambicionado beneficio económico. Cuando yo era pequeño los malos solo habitaban en las películas del oeste y eran los únicos que llevaban revolver. Contemplar como un perturbado armado te exige a punta de pistola que vuelvas a casa no es una experiencia grata para un niño de diez años.
Los críos son una caja de sorpresas. Si en vez de entrar en aquel bar y escondernos bajo una mesa hubiésemos advertido a los adultos de aquel hombre de la pistola, quizás ahora no sería una simple experiencia. Quizás con ese silencio evitamos que alguien saliese herido o incluso muerto por la tan tristemente célebre herida de bala. Actos inconscientes que en apariencia son equivocados pero que resultan ser la opción más correcta.
Preferiría acordarme de lo que comí ayer antes que recordar vivencias desagradables, pero no funciona así. Irremediablemente estoy condenado a recordar de por vida con total exactitud en ambas ocasiones, es ese pellizco en el estómago que dificulta la respiración y la sensación de cómo un sudor frío recorre todo el cuerpo producto de la adrenalina. El terror y el desamparo que se siente al comprobar que impotente estás sujeto a los caprichos de un loco. Pudo ser una noche de pistolas y rosas, la pistola que mata y las tristes rosas de duelo. Todo se convierte en una anécdota cuando no sucede nada irremediable.
¿Ambas ocasiones?
La memoria es misteriosa. A veces hechos relativamente recientes se recuerdan con menor detalle que los que ocurren en nuestra niñez. No puedo asegurar con exactitud si tenía dieciocho o diecinueve, quizás incluso veinte años la segunda vez que me apuntaron con una pistola…pero eso ya es otra historia.
6 comentarios:
Cosas así deben marcar, supongo. A mí mi hermano me disparó (accidentelmente) con una escopeta de caza que había por casa y abrió un boquete en el sofa a diez centímetros de mi cabeza. Aunque la verdad es que no me parece que me marcara aquello para nada... no sé.
Saludos, y procura que ya no te apunten más. ;-)
madre mia!!! creo que si me hubiera pasado a mi, me habría metido durante años bajo mi cama!! Como dice kutxi, todos esperamos que no te vuelvan a apuntar más, con dos ya hay más que suficiente!
la mente es algo tan complicado...yo tengo recuerdos desde q tenía un año, y tb tengo tengo 4 meses de mi vida q no recuerdo nada en absoluto...
Es verdad, las triquiñuelas de la mente con lo que recordamos y cómo lo recordamos son para llenar libros...
Yo que tu no saldría de casa sin chaleco antibalas y un casco de Darth Vader!!!!!!!
Besos!!!
Tio, te iba a decir algo, pero yo soy un puto pez, y no me acuerdo... ya me conoces...
Vaya memoria, se me había olvidado cuando nos dispararon. Menos más que a mí no me dió. X·D
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