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30 de noviembre de 2006

Historias del grano de arena # 6. Fender Stratocaster

La adquisición de pecados de saldo lleva consigo en la mayoría de los casos un asesoramiento insuficiente y la omisión de una información tan vital como una advertencia tácita como es el significar que para el aprovechamiento adecuado de ciertas “faltas” hay estar dotado de facultades muy concretas. En consecuencia, la ira deberá ir acompañada de una fuerza física específica o un amplio conocimiento a nivel de defensa personal, así como con la gula es aconsejable no tener una especial predisposición a padecer dolencias cardiovasculares a consecuencia de los altos niveles de colesterol a los que nos podemos ver expuestos a causa de este hábito, tan perjudicial en ocasiones, pero tan placentero como es comer bien y en grandes cantidades.

En ocasiones un bar es un buen lugar para el análisis de la práctica de uno de estos pecados sin la posesión de las habilidades adecuadas y de eso precisamente trata la siguiente narración.

El Ingenioso Hidalgo Don Mendigo de la Costa

Un día como otro cualquiera me encaminé a disfrutar de un reparador café a media mañana en una cafetería a la que suelo acudir frecuentemente. Al entrar me pude percatar que solo había dos clientes, y es que a partir de cierta hora la mayoría de los bares disfrutan de una apacible calma después de la tempestad; un periodo de asueto tras la avalancha de trabajadores de la zona que acuden a desayunar todos al mismo tiempo.

Éstos estaban acomodados en la barra y como no me parecía apropiado ocupar una mesa para cuatro cuando iba a tomarme un simple café me encaminé a acomodarme en la citada barra siguiendo la norma no escrita de dejar, si es posible, al menos un asiento vacío con respecto a la persona más cercana.

Uno de ellos era un cliente habitual del negocio, el típico señor de mediana edad jubilado anticipadamente que se tomaba su aperitivo previo a la comida, tras su rutinario paseo mañanero y un reloj biológico que le impedía dormir más allá de las siete de la mañana, hora a la que se despertaba religiosamente cuando trabajaba, resultó que después de treinta años era una práctica imposible de modificar. El otro era un hombre de unos treinta años que por su apariencia, traje azul oscuro de firma más o menos reconocida y teléfono móvil de última generación, se suponía ejecutivo de alguna gran empresa que realizaba algún tipo de gestión por aquel lugar.

Tras los buenos días de rigor y sin dejar la típica discusión futbolística que mantenía con los dos clientes, el camarero y dueño del bar me sirvió la consumición mientras me preguntaba cual era mi opinión sobre si fue en posición de fuera de juego uno de los goles del partido del día anterior. El buen hombre buscaba un aliado puesto que él opinaba que sí mientras los otros dos señores mantenían que no fue en fuera de juego. Como no me apetecía entrar en polémicas absurdas le contesté que no había visto el encuentro y de ese modo me desmarcaba de la discusión. Seguían enfrascados en la disputa cuando de repente se oyó una tímida voz con acento anglosajón:

- ¿Podría tocar?

Detenido en la puerta del local, un mendigo guitarra eléctrica en mano le preguntaba al dueño del bar si podía tocar dicha guitarra con la intención de conseguir alguna limosna; éste le invitó delicadamente a que no lo hiciera aduciendo que no merecía la pena, que solo había tres clientes y que no era necesario el esfuerzo, pero que si quería, le invitaba desayunar. Por su aspecto parecía el viejo hippie errante que se busca la vida en lugares eminentemente turísticos y generalmente costeros para conseguir los medios económicos necesarios para seguir viajando de ciudad en ciudad. Por sus ropas ajadas parecía que lo llevara haciendo muchos años.

Una aparente vergüenza hizo que el hippie en un principio declinara la invitación, pero la insistencia sincera del dueño del bar consiguió que éste aceptara. Como portaba una mochila de considerables dimensiones y la mencionada guitarra eléctrica, educadamente solicitó acomodarse en una de las mesas considerando que en la barra esos bultos podrían estorbar al resto de clientes, a lo que el dueño no puso ninguna objeción. El hombre parecía buena persona, un rictus bobalicón producido seguramente por los excesos le otorgaba un aspecto de indefensión que incitaba a la compasión. Si le añadimos las evidentes dificultades con el idioma que evidenciaba cuando se le preguntaba algo y el hecho de no dejar de hacer reverencias para agradecer la invitación, consiguió que nos cayera simpático a todos los presentes, al menos en apariencia. Ya con el bocadillo y un humeante café en la mesa, el mendigo se levantó y se dirigió al baño no si antes solicitar un permiso que por supuesto le fue concedido.

- Este va a drogarse, advirtió al dueño del bar el cliente más mayor.
- ¿Por qué iba a drogarse, hombre?, tendrá que evacuar la criatura, a saber desde cuando no puede usar un inodoro, le replicó en tono más bien jocoso.
- Pues tu veras lo que haces, se dijo el cliente en tono de advertencia.

El hippie Llevaba un par minutos en el baño cuando de repente el cliente más joven mirando fijamente la guitarra ladea la cabeza hacia la izquierda, después hacia la derecha y exclama:

- ¡Eso es una Fender Stratocaster de 1965!, a ver, si señor, es una Fender Stratocaster del 65. ¡Es increíble!
- ¿Y qué es eso?, preguntó el dueño del bar.
- Es una guitarra mítica, espera un momento, tiene las cuerdas montadas al revés, es una guitarra de zurdo y aunque esté casi borrado tiene un autógrafo, ¡
Jimi Hendrix! ¡Es un autografo de Jimi Hendrix! ¡Vaya reliquia tiene el hippie!
- ¿Y vale mucho?, le picaba la curiosidad al dueño.
- Por una como esta pagaron hace poco
150.000 € en una subasta.
- ¡Caramba!, exclamamos todos.
- Lo que es la vida, el tipo lleva encima una fortuna y mira como vive, dijo el camarero sin comprenderlo.
- Es que si yo tuviera una como estas, creo que tampoco la vendería oiga, contestó el cliente trajeado.
- ¿Está usted seguro de lo que dice? Preguntó el hombre más mayor.
- Y tan seguro, soy un autentico fanático de la música, de hecho me dedico a ello, pero no tengo el dinero necesario para hacerme con una como esa.
- Porque no sabes…, le faltó decirle tonto al muchacho, verás ahora.


En ese momento salía el hippie del baño y el bar quedó en silencio. Volvió a la mesa y continuó comiendo. Con un gran sorbo de café dio por finalizado el desayuno y empezó a recoger los bártulos. Agradeciendo de nuevo el gesto que habían tenido con él de proporcionarle un bocado gratis se dirigió hacía la puerta con ánimo de abandonar el local, pero antes de que pudiera salir del bar el cliente mayor lo detuvo:

- Mira, tengo una hija que quiere aprender a tocar la guitarra y como no me quiero gastar el dinero en una guitarra nueva te compro la tuya.
- No, no, sino no tener para ganar euros, le dijo el mendigo con dificultad.
- Que sí hombre, mira, te doy 300 €.
- No por favor no poder aceptar dinero por guitarra, tengo mucho amor a ella, volvió a indicarle que no tenía interés en venderla.
- Escucha, te doy 500 €, ya no es solo por la guitarra, sé que vale menos, pero quiero ayudarte.
- No, por favor.
- 1.000 € y es mi última oferta.

Para alguien que vive en la miseria mil euros ya empezaba a ser un capital muy jugoso. Con esa cantidad podría comprarse otra guitarra y aún quedarle bastante dinero para poder comer durante al menos tres meses. Se lo estuvo pensando alrededor de un minuto.

- Trato hecho, le dijo el mendigo aceptando la oferta.
- Pues espera un momento que voy al banco a sacar el dinero. Como comprenderás no suelo ir habitualmente por la calle con 1.000 € en el bolsillo, le instó el señor a que aguardara.
- No problema, asintió el hippie.

El hombre salía a toda prisa del local con el propósito de rubricar la transacción lo más raudamente posible cuando al pasar frente a mí me guiñó un ojo con aires de haber conseguido embaucar al mendigo. Era deleznable expresión de un triunfo indigno por estar a un paso de hacerse con la guitarra de los 150.000 €

Daba lástima ver como miraba el hippie a la guitarra en su despedida, la acariciaba suavemente mientras parecía pedirle perdón por deshacerse de ella. En su idioma natal le daba las gracias por los servicios prestados durante los últimos años y casi no podía reprimir las lágrimas. Cuando llegó el comprador se secó las lágrimas y con gesto firme le hizo entrega de su adquisición; no en vano eran 1.000 € y nadie necesitaba ese dinero como él. El señor le entregó el importe convenido y sellaron la venta con un apretón de manos. El comprador volvió a sentarse en su taburete apoyando la guitarra en la barra mientras el mendigo contaba el dinero con avidez. Observaba apesadumbrado el regocijo con que examinaba el mendigo los billetes. Estaba indignado por haber sido testigo de como había sido engañado un pobre hombre por un tipo sin escrúpulos.

Cuando estaba resuelto a intervenir el mendigo me miró sin abandonar el cálculo, y para mi sorpresa por unos momentos había desaparecido esa expresión cándida; esbozando una sonrisa pícara me insinuó que no tenía que preocuparme y se marchó.

El señor maduro se jactaba ante los demás de su adquisición, con sus comentarios de carácter condescendiente nos otorgaba la condición de pánfilos a los demás por no saber aprovechar esa oportunidad. Siempre cree el ladrón que todos son de su condición y piensan que el que no la hace es porque no sabe y no porque no quiere. Cansado de escuchar como se vanagloriaba me marché un poco ofuscado.

Al día siguiente volví como todas las mañanas a hacer una reglamentaría pausa en la labor, y aunque era más temprano que cuando bajé en la jornada anterior, el señor que había comprado la guitarra estaba allí sentado junto al instrumento en la barra del bar. La cara de pocos amigos inducía a pensar que el negocio no había sido tan fructífero como él pensaba. Según contaba, tras cargar casi todo el día con ella a cuestas, llevó la guitarra a un amigo tasador que tenía contactos en el mundillo de las subastas de antigüedades. Tras un breve análisis dicho amigo le preguntó con extrañeza el motivo de su interés en un instrumento viejo que no valía más de 60 €. Casi se desmaya de la impresión. Me resultó casi imposible contener la sonrisa escuchando al caballero lamentar, dándoselas de pobre inocente, el haber sido víctima de una vil estafa; por lo visto llevaba buscando al hippie por la ciudad desde el día anterior y aún no se daba cuenta que el cliente del traje caro era el cómplice del mendigo.

Que la avaricia rompe el saco es un dicho popular tan sabio como viejo y en esta ocasión el burlador había sido burlado. Dicen que el ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón y el hecho de usar por parte de los timadores como vehículo el ansia de sus presas de beneficiarse a costa del desfavorecido, consiguen que este tipo de estafa albergue cierto grado de nobleza.
El timado optó por no denunciar, la evidencia de ser víctima cuando su intención era la de ser verdugo le hizo declinar esa opción y aunque ya ha pasado el tiempo algún que otro conocido le pregunta en tono jocoso por “su” guitarra con el consiguiente enfado de éste.

Podemos percatarnos que una cualidad fundamental para la práctica de un pecado tan especializado como la codicia es la inteligencia. Una carencia significativa de ésta y una acusada arrogancia fueron los factores del fracaso de éste avaricioso sujeto. Por cierto, si alguna vez os cruzáis con un hippie ataviado con una vieja Fender preguntadle que hizo con los 1.000 € de la guitarra de Jimi Hendrix, seguramente en esta ocasión él os invitará a desayunar y os contará esta historia, pero tengan cuidado, no se crean ni una palabra de lo que les diga.

7 comentarios:

Mond dijo...

Inteligente es el relato que nos acaba de contar... wow, me ha encantado... felicidades.

Norma dijo...

El tocomocho en versión musical. Me parece muy bien. Como venderle a Bush o a los coreanos misiles rellenos de cacahuetes. O al Putin polonio falso hecho con purpurina de la señorita Pepis. El premio nobel habría que dar al que lo consiguiera ;)

Susana dijo...

jaja me ha encantado lo de "esbozo una sonrisa pícara"...es alucinante¡¡ luego dices de la capacidad de improvisación de ciertos humoristas, pero debo decirte que chapó...me gusta la decoración de tu coco...besos su

Por cierto, mi guitarra tiene tela de años conmigo y ya no se ni cuanto me costó...pero no fue nada baratita...

Ruben dijo...

uaooo .... ando de vuelta a la blogosfera despues de 10 dias casi inactivo por motivos del viaje.

Espero poder estabilizarme ya desde Panama y poder darte vueltas diarias como acostumbraba.

Un abrazo.

cuatropelos dijo...

Gracias Mond :·D

Norma, mejor aun, misiles con semillas de maiz que exploten muy poquito pero lo suficiente como para que se cocinen palomitas...X·D Gracias por tu visita.

Gracias Susana :·D, ¿tocas la guitarra?

Espero que el viaje haya salido a la perfección ruben :·D, se te echaba de menos. Yo también llevo unos días un poco desconectado y no me ha hecho falta ni ir de viaje, unos días un poco complicados :·(

Susana dijo...

si, la guitarra y el bajo, son partes de mi trabajo...si se puede llamar así...besos y feliz puente¡¡ su

Mond dijo...

¿Está usted por ahí? Hace mucho que no se de usted... ¿me perdí de algo?