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27 de octubre de 2008

Cementerio de Elefantes

El primer día es el más importante. Todo aquel que había estado aquí me lo advertía; todo aquel que había vuelto de aquí lo hacía siendo menos él. Demasiado vital, tú no vales para este sitio. Los compañeros se empeñaban en convencerme para que no viniera, para mí, lo que no tenía sentido era quedarme en la sede de la organización cruzado de brazos sin ofrecer una ayuda real a aquellos a los que solo conocía sentado en una cómoda silla de oficina a través de un triste ordenador. Demasiado testarudo.

Era cuanto menos desmoralizante comprobar que todo el esfuerzo que se hacía desde la sede de la ONG no tuviera constancia en aquel campo de refugiados, porque salvo nuestra presencia aquí, los suministros brillaban por su ausencia y precariedad. Cientos de miles de refugiados huyendo de la guerra y la hambruna se hacinaban en aquel lugar sin nombre y sin esperanza. Los muertos por hambre o enfermedad se contaban por centenares diariamente, a excepción de aquellos días en los que llegaban partidas de medicamentos y harina, que hasta que se agotaban, permitía que algunos prorrogaran su inevitable muerte unos pocos días.

El primer día es el más importante, porque, el primer día aquí cambió mi vida. Hasta un submundo inconcebible puede albergar un inframundo aún más inhumano. A aquella zona del campamento, apartada y ajada por el sol la llamaban el cementerio de elefantes. Consumidos por el hambre y la enfermedad muchos se dirigían a aquella explanada a esperar el final. Seres humanos escuálidos y enfermos tumbados en el suelo y que ni tan siquiera luchaban por encontrar algo sombra; simplemente permanecían allí esperando una muerte segura.

En aquel espacio estéril llamaba la atención la figura de un anciano, que sujetando un cayado, parecía vigilar una amenaza invisible que le inquietaba aún más que la propia desolación que le rodeaba. En aquella representación del mismísimo infierno, tan famélico y enfermo como los demás, se levantaba de forma intermitentemente inquieta e intentaba a la carrera espantar a unos fantasmas que aparentemente únicamente habitaban en su imaginación.

Cayó al suelo inevitablemente, agotado, hambriento. No eran condiciones para hacer aspavientos a vara alzada. Al principio no entiendes porque un compañero intenta evitar que prestes ayuda; no te impliques demasiado. No tiene nada que ver implicarse con levantar a un ser humano del suelo. Sin fuerzas para poder incorporarse por si mismo, murmuraba lamentos en su dialecto tribal. Asintió agradeciendo el auxilio y de forma incomprensible intentaba volver a su roca para seguir protegiendo a aquella gente de una supuesta amenaza producto de la sed y la fiebre. Cuando alguien te mira a los ojos con la expresión de aquel al que pretenden expulsar del lugar al que pertenece comprendes que no necesita tu ayuda, que no quiere un poco de agua, que no quiere un trozo de pan; comprendes que debes respetar su deseo de permanecer allí, con su báculo, en su roca.

Por segunda vez me miró a los ojos señalando un matorral lejano. Los arbustos se movían inquietos si poder apreciarse claramente que era lo que los agitaba. Por un momento pude ver la cabeza de un buitre que a ratos controlaba casi racionalmente el estado de aquel espacio de muerte. Aquel hombre dijo algo que no podía comprender, era mi primer día.

Un buen compañero debe intentar evitar un sufrimiento innecesario; mientras nos marchábamos le pedía insistentemente que me tradujera lo que aquel hombre me había dicho. No merece la pena que sepas. Si merezco saber.

- Si estoy vivo no. Si estoy vivo nadie volverá a alimentarse de los míos. Si estoy vivo no.

Aquel hombre no velaba un peligro imaginario. Aquel hombre prometió que hasta su muerte evitaría que los carroñeros se alimentasen de su gente, de sus niños. Un hombre que se sabía alimento de los buitres una vez caído, pero que mientras pudiese mantenerse en pié cuidaría de los que como él esperaba la muerte en aquel cementerio de elefantes. El primer día es el más importante, aquel día deje de ser un poco menos yo.






Ahora vuelvo a casa. Tan vital, tan testarudo. Por rechazar un tratamiento que no me pertenece. Por desistir a tomar un medicamento que corresponde a la gente que dejo atrás; vuelvo a casa tan enfermo y cansado como los que fui a salvar.

Retorno a mí cómoda civilización sin la certeza de volver a tiempo, con la incertidumbre de que sea demasiado tarde para un humilde cooperante que solo quiso ayudar. La ironía de saber que las enfermedades que se curan en una cómoda cama de hospital en una semana pero que mata a miles de seres humanos en sucias tiendas de campaña ha vencido al idealismo.

El viaje es lento, tan lento. En la camilla veo como el viejo buitre espera paciente mi caída dentro de la ambulancia. Pero he hecho un trato con él y ha accedido; me ha prometido esperar hasta que logre llegar a mi particular cementerio de elefantes…


9 comentarios:

Belén dijo...

A veces las conciencias no nos dejan vivir, y si queremos ser coherentes...

Besicos

Anónimo dijo...

La famosa fotografía que acompaña a esta gran entrada, fue tomada en Sudán en marzo de 1993 por Kevin Carter, fotografía que a la postre le valió un premio Pulitzer tras ser publicada en la portada del The New York Times. Esperó pacientemente durante veinte minutos a que el buitre se acercara más a la pequeña moribunda que perdía la vida a cada segundo que pasaba, con la esperanza de que el buitre abriese las alas y conseguir así una foto mejor, cosa que no ocurrió y terminó abandonando el lugar, y abandonando a su suerte a la pequeña. Dicen que la presión pudo con él y que su suicidio se debió a esta foto, ya que la pregunta que le hacía todo el mundo era: ¿Qué hiciste parar ayudar a la niña?.

http://www.elpais.com/articulo/paginas/fotografia/pesadilla/elppor/20070318elpepspag_10/Tes

Puta vida…

PAYORANGER

Susana dijo...

uf entre el post, la foto y encima el comentario de payoranger, se me ha puesto el cuerpo malo, pobre pequeñina

Mond dijo...

Llevo horas (creo que días) tratando de poner algo útil o remótamente inteligente... no se me ocurre otra cosa más que citar al autor en algún comentario que puso por ahí en la blogósfera:

"A veces los silencios y el respeto,
demuestran un amor más profundo."

No pretendo callar, sólo respetar y continuar haciendo lo que mejor hago: dedicarme a la educación que es en lo que creo para cambiar este mundo surrealista.

Mixha Zizek dijo...

Qué increíble y triste historia la que cuentas cuatropelos, supera la ficción esta foto realista y cruda de ésta niña. Como la gente puede ignorar esta sociedad tan apartada y tan denigrada. Buen título.
Buenísima entrada, un beso

cuatropelos dijo...

Hola, perdón por la tardanza pero es que andamos liados últimamente y tenemos muchas lecturas pendientes, ¿estoy hablando en tercera persona plural?...lo peor.

Parece inconcebible que pasen estas cosas, pero pasan, y hasta que no nos enseñan fotos como estas no abrimos los ojos y exclamamos ¡Pero qué coño pasa en este mundo!

Pienso que desde pequeñitos debemos comprender que no solo existe nuestro desarrollado mundo multicolor y aprender a no mirar a otro lado. :·C

Saludos a todos .

JL Gracia dijo...

Conmovedor y muy bien escrito. Y la historia de la foto, muy interesante, no la conocía. Un saludo.

PD: Yo también muero el lunes y resucito el viernes. ;)

Anónimo dijo...

Esta foto me pone la piel de gallina. No es la primera vez que la veo y no es la primera vez que pienso que debería haber causado una conmosión política internacional y sin embargo solo es vista en unos cuantos blogs.
Tristísima realidad.

Anónimo dijo...

No sé si enseñarle esta foto a Bartolomeo, cualquiera sabe por donde me puede salir...aunque nadie tiene tan poco corazón. La foto es terrible y me hace comprender como de horrible es ese cementerio de elefantes.

Saludos.