28 de mayo de 2008
25 de mayo de 2008
Euro-basura
Hoy casi que tengo que reconocer que admiro al señor Uribarri. Y lo admiro simplemente por el hecho de aceptar que la gente que vive en españa, un país en minúscula, decidiera que en un concursillo euro-garbage de la canción lo personificara un actor, un gran cómico, haciendo un papel que para muchos representaba un papel “indigno” para éste país. Y yo supongo que el señor Uribarri, aquel al que tanto molestó en un principio la elección de Rodolfo Chiquilicuatre para deleitarnos con su actuación en el Festival de Euro-garbage 2008, ha aceptado según sus, habilidades, profesionalidad, ¿dotes de pitonisa?, que tal y como está el mundo político, en este concurso, españa, país en minúscula con muchos conocidos pero con pocos amigos jamás podrá ganar.
Sinceramente aplaudo a Uribarri por su aceptación de la realidad, por descubrir al final que daba igual a quien se mandara. Que después de tantos años dedicándose a esto se divirtiera con el probablemente mejor participante que se ha enviado al concurso en los últimos años, porque Massiel es Massiel y una muestra más de un interés político atemporal. Aplaudo a David, por su sentido del humor –es de lo que vive-, por conocer en todo momento el papel que desempeñaba, por, y como todo el mundo con sentido común de este país sabía…mientras concursen países del Este, resultado de la defragmentación de antiguas repúblicas, solo ganarán países del Este de nombre más o menos impronunciable y así será por los siglos de los siglos.
Así yo propongo a José Luís Uribarri como ministro de asuntos exteriores. Porque ha demostrado más conocimiento de la Europa profunda que ningún ministro de los anteriores. Porque ha deducido el 75-80 por ciento o más de los votos de 8, 10 y 12 puntos que otorgaban los países a sus convecinos europeos.
Que viva la euro-basura, porque a ella, y siempre que tengamos ocasión, le enviaremos representantes que muestren el respeto que tenemos por ella. Y si este año ha sido Rodolfo Chiquilicuatre, gran aplauso, quizás otro año sea alguien con muchísimos menos talento. Y es que a cada cual se le dá lo que se merece.
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23 de abril de 2008
Terrores
Terror nocturno es un trastorno padecido por gran parte de la población preescolar. A diferencia de las pesadillas, que acaban cuando el niño despierta, recordando y comunicando el contenido de este sueño, el terror nocturno se manifiesta con gritos, llantos, sudoración y aunque aparentemente despiertos siguen dormidos sin abandonar este estado de terror. Estado que se puede apreciar por las pupilas dilatadas y la mirada perdida. Son más frecuentes entre los tres y los cinco años y tras un terror nocturno, el niño no recuerda lo que le ha sucedido ni lo que ha soñado.
Aunque asociados a la edad infantil, los terrores nocturnos no desaparecen. Los monstruos y fantasmas son reemplazados progresivamente con peleas, con atracos a los juguetes… cuando crecemos y nos hacemos adultos nuestros sueños se ven alterados por terror a un futuro incierto, a un puesto de trabajo precario, la infelicidad en el amor.
Los terrores nocturnos permanecen anclados en nuestras mentes y noche tras noche se manifiestan como el miedo a ser abandonados, el temor a que a nuestros hijos o seres queridos enfermen o que alguien les haga daño…a que el mundo se vaya a la mierda sin previo aviso.
El drama de los terrores nocturnos en la edad adulta reside en que los recordamos y los sentimos al despertar. Al leer los periódicos o ver las noticias comprobamos que todo aquello a lo que tememos y que nos angustia en nuestras pesadillas ocurre en realidad. Que la gente enferma, que existen auténticos monstruos que asesinan y violan a niños, que las personas se hacen daño unas a otras y que el mundo se va definitivamente a la mierda y nos está avisando; de repente nos damos cuenta de que echamos de menos a los monstruos y los fantasmas del armario, al malo de película que se aparece en nuestros sueños, terrores que en fondo no son más que las fantasías de un niño y por mucho que lo intentemos cerramos los ojos con la firme intención de despertar, abrazando la desesperación de no conseguirlo jamás.
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3 de abril de 2008
Que se mueran los viejos. (Parte Primera)
El aborrecimiento no se limitaba a comentarios desagradables sobre éstos o esa falta de respeto hacía las personas mayores tan presente en estos tiempos, su aversión lo empujaba a agredirlos físicamente o humillarlos moralmente siempre que tenía ocasión, siempre apoyándose en esa sensación de fortaleza e invencibilidad tan característica de los jóvenes y escudándose en su condición de menor de edad por si alguna de sus víctimas tenía la intención de responder a dichas agresiones. A veces se escondía en un jardín y asustaba a todo aquel “viejo” que pasara para regocijo de sus “amiguetes”, mientras, éstos lo grababan con el móvil y se mofaban de la broma una y otra vez. En otras ocasiones, al cruzarse con un señor con bastón, empujaba a un amigo contra éste con la firme intención de que éste cayera al suelo, o, simplemente, le daba una patada al apoyo del pobre señor o señora para reírse del apuro en el que éste se encontraba por culpa de su “gracia”. Si estaba sentado tranquilamente en un banco la pereza le impulsaba a no levantarse para hacer daño a alguien, pero le motivaba la imitar una pistola con el dedo índice y pulgar de la mano y simular que ejecutaba, sin ningún atisbo de timidez y asegurándose de que el “ejecutado” se diera cuenta, a todos los que el consideraba un lastre para la sociedad.
Una buena mañana como otra cualquiera las luces del alba lo despertaron. Era raro, él solía dormir hasta bien entrado el día, eso incluía estar en la cama más de diez horas. Al intentar levantarse sintió un fuerte dolor de espalda y una pesadez algo inusual. Tras un gran esfuerzo logró incorporarse y sin entender que le pasaba se dirigió al cuarto de baño a refrescarse un poco. Abrió el grifo y al recoger el agua con sus manos para lavarse la cara descubrió que éstas no tenía el aspecto de siempre. La piel no era tersa, tenía manchas. Encendió la luz y descubrió que en el espejo su reflejo no era el de aquel muchacho joven con toda la vida por delante. Descubrió con un horror que jamás había sentido que aquel que aparecía en el espejo en su lugar era un “viejo”. Aquel muchacho se había convertido en un anciano de “esos” a los que tanto odiaba.
Fin de la primera parte.
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