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30 de abril de 2007

Freak Show

Un rasgo que identifica inequívocamente a los seres humanos es la extraña fascinación de éste por lo inaudito e insólito. La curiosidad mató al gato, pero tras su muerte allí se reunieron cientos de personas para verlo muerto. El circo romano, ejecuciones públicas, la actualidad cotidiana, bien nutrida de imágenes escabrosas surtidas por los noticieros o por programas de imágenes impactantes para el deleite de indiscretos anónimos. La atracción por los males de los demás para convertirlo en espectáculo, ha sido una de nuestras distracciones desde los orígenes de la humanidad. Resulta incluso perverso comprobar que la respuesta a un descomunal atasco de tráfico se halle en que, tras un grave accidente, la gente se detenga a mirar.
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La muerte y el sexo en público son dos de los pilares básicos que alivian nuestra sed de morbo, pero si hay algo que nos encanta contemplar sin apartar la mirada e incluso convertirla en negocio es la “anormalidad”. El hombre elefante, el forzudo, el hombre lagarto, el hombre de goma, la auténtica sirena. Cualquier rasgo que diferencie a un ser humano de los demás siempre ha sido objeto de curiosidad.

La Parada de los Monstruos

Estos personajes, algunos con graves deformidades físicas, fueron en otro tiempo en la mayoría de los casos atracciones de feria. Mujeres aquejadas de hirsutismo, un cuadro de acromegalia o una acondroplasia transformaba a estas personas enfermas en la mujer barbuda, el gigante o el hombre más pequeño del mundo, seres fantásticos de otro universo para ser mostrados al público como atracciones de circo por un módico precio. Una terrible realidad que ya fuera retratada en 1.932 con la película La parada de los Monstruos, en la que se nos muestra la vida entre bambalinas de unos “freaks” reales, y, que fuera censurada en su tiempo en virtud de ese comportamiento humano tan hipócrita, de rechazar, una vez revisada la realidad más cruda, esa misma realidad creada por los censores a los que ahora le escandaliza.

Don Sebastián de Morra


Pero mucho tiempo antes, uno de los artistas universales en la historia Francisco Lezcanoplasmó su freak show particular. Tomando como protagonistas a los personajes más rocambolesco que poblaban la corte de los Austrias españoles, para Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, bufones, locos y demás seres concebidos para el uso y disfrute de la nobleza de la época merecieron ser inmortalizados creando con ellos algunas de las obras pictóricas con mayor relevancia en las historia del arte. Obras concebidas no para la burla y jactancia, sino para pasar a la historia enalteciendo la excelencia de estos bufones y mostrando con total dignidad a los “monstruos” de circo de aquel siglo XV.
Don Juan Calabazas
De la mano genial de Velázquez, Francisco Lezcano, Don Juan Calabazas, Diego Acedo o Don Sebastián de Morra, entre otros, pasarán a la posteridad como muestra de esa seducción por lo “distinto”. Servidores que en su infortunio tuvieron la suerte de sobrevivir, animales exóticos en la corte de la ostentación y la decadencia, demostrándonos una vez más, que, aunque depravado, la contemplación morbosa de lo extraordinario reside en lo más profundo de la esencia humana y ha sido, es y será una característica inherentemente a nuestra especie hasta el final de nuestra existencia.

24 de abril de 2007

Yo sólo en una caverna

“Pobres seres de mi imaginación. Creéis que existís pero solo ‘sois’ gracias a mi imaginación.
El estridente sonido del despertador que resuena cada mañana solo es la llave que me abre la puerta de mi realidad inventada. Nada es real, todo es producto de mi mente y en cualquier momento despertaré a la verdadera existencia.
Vosotros hacéis lo que mi inconsciente os dicta para completar aún más el entorno que he creado. Solo sois actores etéreos en el subconsciente de una entidad única, yo.”

Una idea tan antigua como la propia conciencia del hombre en si mismo, es la sugerente hipótesis filosófica que incita al individuo a pensar que el mundo real en el que nos hallamos no existe, sino que nuestra vida está así conformada fruto de nuestra psiquis o como resultado de una conspiración, en una virtualidad o irrealidad de la que somos protagonistas o creadores de forma inconsciente.

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En algún momento de su vida quién no ha pensado, aunque fuese por un instante, que era víctima de un gran montaje. Que las ciudades o pueblos son un decorado y los que nos rodean son cómplices de ese plan macabro que pretende ocultarnos la “verdad”; una realidad en la que somos observados como conejillos de indias al más puro estilo “Show de Truman”. Quizás hayan tenido la sensación de que el universo es una proyección sugestionada de la existencia en la que queremos vivir y que en realidad somos una especie de esencia espiritual.

A veces nos asalta la duda, cuando al despertar, tenemos la certeza de la muerte de aquellos seres que habitan en nuestros sueños e inquietarnos con la idea de que nosotros mismos somos el fruto del sueño de alguien que en cualquier momento puede despertar o que simplemente, “
la vida es sueño”.

El
solipsismo, este concepto tan abstracto pero extrañamente razonable ha sido objeto de multitud de ensayos y obras desde los albores de la humanidad. Bajo esta premisa, ya sobre año 370 adC, Platón intentaba describir en la alegoría del mito de la caverna su creencia en la existencia de dos mundos, el mundo sensible y el mundo de las ideas.

El pensamiento solipsista encuentra su espacio en religiones como el Taoísmo, Budismo e Hinduismo y siempre ha sido tema recurrente en la literatura de ciencia ficción, bastante presente en la obra de uno de sus autores más prolíficos, Philip K. Dick. En cine destaca este aspecto filosófico en la primera de las películas de la saga Matrix, en la que su protagonista es liberado de un mundo virtual controlado por máquinas, para así serle revelada la auténtica realidad.

El sentido común nos señala que el mundo es tal y como lo percibimos y que todos somos tan reales como que cada individuo es individual y único; no un producto de la imaginación. Pero lo que si es cierto es que a veces es extraño el modo en el que se desarrollan ciertos acontecimientos. Cómo curiosamente, quizás sea sugestión, vemos como un artículo del periódico o un reportaje de televisión, casualmente, nos rellena los huecos pendientes en aquella conversación que tuvimos el día anterior sobre aspectos más o menos cotidianos y como si estuviera inquietantemente preparado. La insólita certeza de reconocer una cara que ya vimos, en otro lugar muy distante y distinto como si fuese un actor secundario de todo un complejo tinglado conspiranoico.

Quién sabe si el solipsismo es la respuesta a la ineludible necesidad del ser humano de buscar “otras” respuestas al sentido de la vida, pero, por si las moscas, hablemos cautelosamente del asunto o quizás esa búsqueda enfade a
Brahmā y despierte de su sueño.

18 de abril de 2007

Historias del grano de arena. # 11. Pistolas y rosas

Es curioso como el tiempo difumina nuestros recuerdos y que hechos recientes los vuelvan a sacar a flote. La primera vez que me apuntaron con una pistola tenía diez años; un acontecimiento que pudo acabar con un final trágico, -cualquier infortunio es más aciago cuando hay niños de por medio- acaba convirtiéndose al cabo de los años en una simple anécdota que se cuenta con una sonrisa en los labios.

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En mis tiempos, con diez años eras sumamente inocente, tanto como el mundo en el que vivía. Ahora, la sobre-información que continuamente nos bombardea minimiza la inocencia a lo que para el consumo es sustanciosamente rentable. No importa si nuestros niños conocen perfectamente qué es la muerte y el sexo, pero interesa que sigan creyendo en los reyes magos, que mickey mouse es un sujeto real o en cualquier personaje que para su disfrute demande de los padres abonar su ambicionado beneficio económico. Cuando yo era pequeño los malos solo habitaban en las películas del oeste y eran los únicos que llevaban revolver. Contemplar como un perturbado armado te exige a punta de pistola que vuelvas a casa no es una experiencia grata para un niño de diez años.

Los críos son una caja de sorpresas. Si en vez de entrar en aquel bar y escondernos bajo una mesa hubiésemos advertido a los adultos de aquel hombre de la pistola, quizás ahora no sería una simple experiencia. Quizás con ese silencio evitamos que alguien saliese herido o incluso muerto por la tan tristemente célebre herida de bala. Actos inconscientes que en apariencia son equivocados pero que resultan ser la opción más correcta.

Preferiría acordarme de lo que comí ayer antes que recordar vivencias desagradables, pero no funciona así. Irremediablemente estoy condenado a recordar de por vida con total exactitud en ambas ocasiones, es ese pellizco en el estómago que dificulta la respiración y la sensación de cómo un sudor frío recorre todo el cuerpo producto de la adrenalina. El terror y el desamparo que se siente al comprobar que impotente estás sujeto a los caprichos de un loco. Pudo ser una noche de pistolas y rosas, la pistola que mata y las tristes rosas de duelo. Todo se convierte en una anécdota cuando no sucede nada irremediable.

¿Ambas ocasiones?

La memoria es misteriosa. A veces hechos relativamente recientes se recuerdan con menor detalle que los que ocurren en nuestra niñez. No puedo asegurar con exactitud si tenía dieciocho o diecinueve, quizás incluso veinte años la segunda vez que me apuntaron con una pistola…pero eso ya es otra historia.

16 de abril de 2007

Señor sonrisa.

Érase una vez un hombre que tenía una familia normal, un trabajo normal, unos amigos normales y básicamente lo que solemos denominar una vida normal. Como contrapunto a esa existencia sin lugar a dudas corriente, este hombre siempre llevaba una mascara. Nadie sabía por qué la llevaba ni el verdadero aspecto del que la portaba. Lo único que aquella careta de agradable sonrisa permitía mostrar eran unos grandes y tristes ojos azules.

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Por carácter afable y su afán en evitar cualquier tipo de conflicto con su familia normal, en su trabajo normal, con sus amigos normales y básicamente en cualquier aspecto de lo que denominamos su vida normal, no tardaron en apodar a ese hombre el señor sonrisa, dado que daba por zanjado cualquier asunto y sin discusión, mostrándoles a todos el amable gesto de aquella máscara acompañado con una ligera reverencia.
La gente se aprovechaba de su carente combatividad. No importaba si era una discusión sin trascendencia o era amonestado injustamente, él siempre ponía la otra mejilla en el gesto sonriente de su disfraz y así fue durante varios años. Años de cafés fríos y trabajos extra sin sublevación.
A sabiendas de la certeza de una guerra ganada, un mal día un jefecillo malicioso se aprovechaba de tal circunstancia para abusar y humillar sin contemplaciones del señor sonrisa. Este como tantas y tantas veces, mostró su sonrisa en reverencia y de ésta cayó al suelo, y, no se levantó. Había muerto.

muerte.

(Del lat. mors, mortis).
1. f. Cesación o término de la vida.
2. f. En el pensamiento tradicional, separación del cuerpo y el alma.
3. f. muerte que se causa con violencia. Lo condenaron por la muerte de un vecino.
4. f. Figura del esqueleto humano como símbolo de la muerte. Suele llevar una guadaña.
5. f. Destrucción, aniquilamiento, ruina. La muerte de un imperio.
6. f. desus. Afecto o pasión violenta e irreprimible. Muerte de risa, de amor.

Diccionario de la Real Academia Española

Se puede morir de diferentes maneras, pero en esta ocasión era una de esas muertes, que según los rumores, la gente calificaba, como en los noticieros, en extrañas circunstancias. Su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales lloraban a lo que básicamente denominamos un cadáver normal, pero con sus exámenes rutinarios los forenses no podían precisar la causa de la defunción y decidieron mirar en su interior. Quedaron perplejos al comprobar que sus entrañas estaban terriblemente marcadas con cientos de cicatrices. En su corazón se podían observar decenas de llagas abiertas, una grande que casi lo partía en dos fue la que le mató según los forenses.
Durante días estuvieron investigando sin éxito las posibles causas que podrían haber producido tales heridas. Su muerte era tan misteriosa como el motivo por el cual llevaba aquella máscara y sin encontrar un motivo aparentemente razonable de por qué había muerto, cerraron el expediente y lo procedieron a su inhumación.

La sepultura era presidía por desventurada lápida en la que únicamente rezaba un escueto “señor sonrisa” con una réplica de la máscara grabada en la gran piedra de granito. Todos acudieron al enterramiento, su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales, cuando antes de terminar el acto de entre el gentío apareció un niño que con un pequeño martillo y un pequeño cincel se acercó a la desolada e incompleta lápida y empezó a golpear. Si fue dura e insólita la pérdida de aquel hombre normal que básicamente siempre tuvo un gesto amable en cualquier circunstancia, más desconcertante era la inscripción que aquel niño plasmó en la fría roca: Aquí yace un hombre que prefirió mil veces verde, que una rojo. Entonces todo empezó a cobrar sentido, con su máscara había decidido ocultar a todos sus sentimientos y opiniones. Con ella ahogaba una discusión desagradable o un mal gesto, pero con su actitud, el veneno acumulado durante años por no permitir liberarse, ni tan siquiera con un simple grito de rabia, lo había matado.
Un asfixiante sentimiento de culpa asoló a los que allí se hallaban por no haberse dado cuenta antes de las autenticas intenciones del señor sonrisa. Sentían que lo habían estado apuñalando inconscientemente durante tanto tiempo sin reparar que lo asesinaban poco a poco. Decidieron que en su honor todos llevarían una máscara con una enorme sonrisa. Su familia normal, sus compañeros de trabajo normales, sus amigos normales y básicamente lo que denominamos un entorno normal, determinó que con este disfraz se acabarían los malos modos, que todos serían felices. De repente el niño que había tallado aquel epitafio a golpe de martillo, destacó sobre los gritos de euforia de los asistentes un llanto amargo:
- ¿Acaso aún no os habéis dado cuenta que son las máscaras las que nos envenenan hasta matarnos?

10 de abril de 2007

Cuidado, que viene el guardia

Se supone que la gente cambia. Con el paso del tiempo evolucionamos en base a nuestras vivencias o necesidades y, a mejor o a peor, todos cambiamos inevitablemente. A veces, incluso aquel niño que desde pequeño se le intuye un futuro más cercano a una constante ilegalidad con tintes mas o menos delictivos cambia. Y aunque no siempre, en la mayoría de las ocasiones esa transformación consiste únicamente en una cuestión de status, aquel gamberro pandillero o el inicuo bravucón que incomodaba al su entorno más cercano es ahora un ciudadano respetable con una importante labor social, proteger y servir.

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Cuando los que alardean de su desidia por forjarse su propio porvenir y tienen familiares con influencia para otorgarles una placa y brindarles la oportunidad de portar una pistola al cinto, no recuerdan que atrás quedaron las reuniones de botellón y cannabis a la luz del día. Se olvidaron de la trascendencia que tenía entre sorbo y calada la última huida de los agentes de la ley al grito de “que viene el guardia” cuando era necesaria su intervención en aquella carrera ilegal de vehículos trucados. Pero continúan vagando, perdonándole la vida a quien les venga en gana, como antes, pero con el poder que da un uniforme.

Es triste comprobar como personas con autentica vocación de proteger y servir quedan relegadas por el macarrilla con “enchufe”, que en cumplimiento de sus obligaciones usa su valentía para sancionar “porque me da la gana” en virtud de la paga extraordinaria y adolecen de ese arrojo cuando piden refuerzos si su propio reflejo de nueve años les intimida con la pequeña navaja de un cortaúñas.

De ellos depende nuestra seguridad. De niños que ponen en peligro la circulación a ritmo de reggeton o perturbados coleccionistas de armas de espíritu belicista; pero ahora no son ellos los que escapan de la policía, son la policía, y, somos el resto los tenemos que advertir, con disimulo, cuidado, que viene el guardia.

9 de abril de 2007

Mundo perfecto

No sé si será por el influjo de estas fechas en las que lo divino flota en el aire. No sé si será que me hallo bañado por la bendición de nuestro señor Jesucristo resucitado, pero, he de comunicarles que me ha sido mostrada una revelación. Hay que eliminar de la sociedad a todas las personas que nos parezcan desagradables.

Tenemos el deber de prescindir de todos aquellos que hacen de esta humanidad un lugar incómodo. Vetar a los mal hablantes negándoles hacer uso de la palabra, incluso desterrar a todos aquellos que con sus comentarios del caca, culo, pedo, pis puedan molestar al resto de los mortales. Expulsar de este mundo a los maleducados que no dan los buenos días y que se muestran incivilizados por no estar de acuerdo con los demás. Resumiendo, conseguir un mundo amable e hipócrita para que todos los que aquí vivamos seamos gente maravillosa. Tan maravillosa como determine ese grupo de “expertos” que con humildad y buenas intenciones pretenden hacer de internet un lugar en el que no tiene cabida “todo blog "desagradable" y que no se ajuste a unas pautas de conducta que podrían definirse como las del buen blogger”.

¿Serán esos todopoderosos “expertos” los que eliminen a aquellos proclamen verdades incómodas en virtud de los intereses de unos u otros, o, simplemente serán tan omnipotentes como para decidir quién puede o no puede escribir según su propia percepción de “desagradable”?

4 de abril de 2007

Sonidos de pasión