Dos amigos. 1ª parte
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Uno de ellos era un hermoso gato siamés de grandes ojos azules. El resto de felinos de la zona le reprochaban constantemente su condición de doméstico, pero él alardeaba de ser más listo que ningún otro gato del lugar. Se alababa así por ser tan inteligente, dado que siempre tenía un plato de comida en la cocina y un enorme y mullido cojín en el que poder dormir la siesta. El otro era un simple gato callejero de lo más común, tan negro como el azabache y considerablemente enclenque. Al contrario que su amigo el doméstico, que era bastante bocazas, éste era más bien tímido y participaba de guardarse muy mucho sus opiniones.
Ambos se conocieron en una calurosa noche de verano, junto a un contenedor de basura. El gato doméstico se reivindicaba libre e iba en busca de realizar alguna trastada. El otro simplemente buscaba algo que echarse a la boca. A partir de ese día coincidieron durante varias noches en aquel lugar y terminaron convirtiéndose en amigos inseparables; uno que no paraba de hablar y el otro que escuchaba paciente, la pareja perfecta.
Durante algún tiempo estuvieron noche tras noche deambulando de aquí para allá, haciendo más de una travesura, hasta que un buen día, o una buena noche, se encontraron con unas mimosas gatitas cerca de donde los gatos más viejos hacían sus debates diarios. Discutían asuntos de interés felino. Los temas a tratar eran quejas sobre el tamaño de las ratas, que cada vez eran más grandes y se defendían, o asuntos como la mala educación de los gatos aún cachorros, que según ellos, habían perdido todo respeto por los mayores y no como ellos, que fueron unos gatitos muy educados.
Intentando impresionar a las gatitas zalameras, el gallardo siamés se explayaba en su angustiosa pedantería. Pasado un buen rato agotadas de tanta verborrea, las chicas empezaron a acercarse al flacucho gato negro que hasta ese momento permanecía callado en un rincón observando a su amigo. El gato callejero, de manera sorprendente, empezó a hablar con las gatas que se mostraban interesadas en lo que contaba, porque al contrario que el engreído siamés que solo se refería a sus virtudes y a su excelente pedigrí, él narraba con todo lujo de detalles las simpáticas batallitas y las muchas travesuras que perpetraba junto a su amigo.
De vuelta a casa, el gato siamés muy enfadado arrinconó a su compañero de aventuras contra una pared. Empezó a reprocharle el haberle robado el protagonismo. Le dijo que no quería volver a verlo y que ya no eran amigos. Le invitó a que bajo ningún concepto se acercarse al callejón de las gatas y mucho menos quería verlo rondando por la casa en la que residía. Un triste y abatido gato negro se marchó entre la penumbra con lágrimas en los ojos sin tan siquiera atreverse a mirar atrás.
El siamés doméstico se convirtió en efecto en el centro de atención de las féminas gatunas. La incomparecencia del gato callejero, que ya duraba varias semanas, le había allanado el camino y sin más remedio, las gatitas tuvieron que conformándose con él. Pero un oscuro día, hartos de las andazas nocturnas de su mascota, los presuntos amos del gato siamés lo llevaron al veterinario y lo castraron sin piedad.
Continuará…